2 Ya habréis oído que Dios me concedió el encargo de administrar su gracia en favor vuestro, 3a pues mediante una revelación se me dio a conocer el misterio 5 que no se dio a conocer a los hijos de los hombres en otras generaciones, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6 a saber, que los gentiles son coherederos, miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús mediante el Evangelio.
Comentario a Efesios 3,2-6
En el Antiguo Testamento se había revelado por la promesa hecha a Abrahán, que en su descendencia serían bendecidas todas las naciones de la tierra (cfr Gen 12,3; Sir 44,21). Pero la forma en que se iba a realizar aquella bendición no había sido desvelada. Los judíos siempre pensaron que sería a través de su exaltación, como pueblo, entre todos los demás pueblos. San Pablo descubre, a la luz de cuanto Jesucristo le reveló, que no ha sido ese el camino elegido por Dios, sino la incorporación de los gentiles a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en igualdad con los judíos. Esto constituye el «Misterio», el plan de Dios tal como se ha dado a conocer en la misión que Cristo confió a sus apóstoles o enviados (cfr Mt 28,19), entre los que se cuenta también el mismo San Pablo (cfr 3,8).
Junto a los apóstoles se mencionan los profetas, que pueden ser o los del Antiguo Testamento que anunciaron al Mesías, o los del Nuevo, es decir, los mismos apóstoles y otros cristianos que tuvieron conocimiento, por revelación, del plan de salvación de los gentiles y lo proclamaron movidos por el Espíritu de Dios. El contexto y otros pasajes de la carta a los Efesios, inclinan a pensar que se trata de los profetas del Nuevo. La revelación que el Espíritu Santo ha hecho a éstos acerca del Misterio tiene como finalidad «que prediquen el Evangelio, susciten la fe en Jesús Mesías y Señor, y congreguen a la Iglesia» (Dei Verbum, n. 17). San Pablo no se considera el único conocedor del Misterio revelado en Jesucristo. Unicamente testimonia que él también lo conoce por gracia de Dios y que le ha sido confiada su predicación de una manera particular, como a San Pedro se le confió la predicación entre los judíos (cfr Ga 2,7).
San Pablo atribuye al Espíritu Santo la revelación del Misterio, recordando, tal vez, cómo llegó él mismo a conocerlo tras el encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco (cfr Hch 9,17). El Espíritu es el que ha actuado también en los Apóstoles y Profetas (cfr Hch 2,17), y el que vivifica permanentemente a la Iglesia para que ésta proclame el Evangelio. «Él es el alma de esta Iglesia –enseña el Papa Pablo VI–. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado» (Evangelii nuntiandi, n. 75).
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