1 ¡Levántate, resplandece, que llega tu luz,
y la gloria del Señor amanece sobre ti!
2 Mira que las tinieblas cubren la tierra,
y la oscuridad, los pueblos,
pero sobre ti amanece el Señor,
sobre ti aparece su gloria.
3 Las naciones caminarán a tu luz,
los reyes, al resplandor de tu aurora.
4 Alza tus ojos y mira alrededor:
todos ellos se congregan, vienen a ti.
Tus hijos vienen de lejos,
tus hijas abrazadas a su costado.
5 Entonces, mirarás y te pondrás radiante,
palpitará y se ensanchará tu corazón,
pues la abundancia del mar se volcará sobre ti,
llegará a ti la riqueza de las naciones.
6 Te cubrirá una multitud de camellos,
dromedarios de Madián y Efá,
todos vendrán de Sabá
cargados de oro e incienso,
y pregonando alabanzas al Señor.
Comentario a Isaías 60,1-16
Estos versos son el comienzo de un magnífico himno a Jerusalén (Is 60,1-22), la ciudad restaurada e idealizada que el profeta no necesita nombrar expresamente. La luminosidad, como característica más notable de la capital, abre y cierra el poema (vv. 1-3 y 19-22): brota de la gloria del Señor, que ha puesto su morada en ella, en su Templo, y atrae a todas las naciones no sólo porque las instruye con la Ley y la palabra de Dios, como se cantaba al inicio del libro (2,2-4; cfr Mi 4,1-3), sino porque las asombra con su esplendor. El centro del poema es una contemplación gozosa de las peregrinaciones hacia la ciudad santa: allá vienen, en primer lugar, los israelitas que habían sido dispersados por todas las naciones; vienen gozosos y cargados de riquezas para el Señor (vv. 4-9). Llegan también los extranjeros, que con sus bienes más preciados reconstruirán y embellecerán lo que antes habían derruido. La pleitesía que han de tributar corresponde a las antiguas vejaciones que le habían infligido (vv. 10-14). Pero, sobre todo, llega el Señor, que junto con los adornos más valiosos trae la paz (vv. 15-18) y la luz (vv. 19-22). Tales expectativas debieron de llenar de esperanza a los habitantes de Jerusalén, que acababan de reconstruir el Templo.
Destaca el carácter universalista y, a la vez, familiar de esta peregrinación: vienen de todas partes, pero son hijos, no extraños (v. 4). El grupo de peregrinos lo componen los que estaban dispersos por todo el mundo entonces conocido, y no sólo los desterrados en Babilonia. Los del oeste llegarían por mar (v. 5), portando las riquezas que solían traer los mercaderes portuarios, griegos y fenicios especialmente. Los del este, provenientes de la península de Arabia (Quedar y Nebayot) y más allá, vendrían entre los grupos de caravaneros con las riquezas propias de aquellas regiones: plata, oro, etc., (v. 6).
El relato de los magos que llegan a adorar a Jesús con presentes refleja este comercio desde oriente y probablemente está relacionado con el texto de Isaías. En todo caso, al leer el pasaje en la Solemnidad de Epifanía la liturgia cristiana entiende que aquellas riquezas traídas al Templo en reconocimiento del Señor prefiguran las ofrendas que los magos presentaron a Aquel que es en plenitud «el Señor, tu Dios, el Santo de Israel» (Is 60,9).
«Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros. Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá. Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones» (S. Pedro Crisólogo, Sermones 160).
Y Eusebio de Cesarea comenta: «Pues la Iglesia de Dios es glorificada especialmente por la conversión de los gentiles. Éste es el cumplimiento de Y mi casa de oración será glorificada. Esta promesa fue hecha a la antigua Jerusalén, la madre de la nueva ciudad, que, como ya se ha dicho, es el conjunto de los que en el antiguo pueblo vivieron rectamente: los profetas y patriarcas, hombres justos, a los que el logos proclamó primero la venida de Cristo» (Commentaria in Isaiam 60,6-7).
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