2º domingo del Tiempo ordinario – C.
2ª lectura
4 Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el
mismo; 5 y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; 6
y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos. 7 A cada uno se le
concede la manifestación del Espíritu para provecho común: 8 a uno se le
concede por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia según
el mismo Espíritu; 9 a
uno fe en el mismo Espíritu, a otro don de curaciones en el único Espíritu; 10 a uno poder de
obrar milagros, a otro profecía, a otro discernimiento de espíritus; a uno
diversidad de lenguas, a otro interpretación de lenguas. 11 Pero
todas estas cosas las realiza el mismo y único Espíritu, que las distribuye a
cada uno según quiere.
Parece que entre los corintios paganos se daban fenómenos de
exaltación religiosa, como entrar en trance, acompañados, a veces, de la
pronunciación de palabras o frases extrañas. Eran casos parecidos a lo que
sucedía en el templo de la
diosa Pitón , en Delfos, cerca de Corinto. San Pablo
estableció en el v. 3 un criterio para distinguir aquellos fenómenos de los
dones auténticos del Espíritu Santo, con los que se reconociese a Jesús y se
expresara su alabanza: «nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: "¡Anatema Jesús!", y
nadie puede decir: "¡Señor Jesús!", sino por el Espíritu Santo».
El Apóstol ahora enumera y valora los carismas y ministerios que, por
la acción del Espíritu, contribuyen a edificar la Iglesia (vv. 7-10): «El
mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los
Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que
“distribuye sus dones a cada uno según quiere” (1 Co 12,11), reparte entre los
fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que las dispone y
prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la
renovación y para una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas
palabras: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común
utilidad” (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más
sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las
necesidades de la Iglesia ,
hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no
hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los
frutos de los trabajos apostólicos» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 12).
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