3º domingo del Tiempo ordinario – C.
Evangelio
1,1 Ya
que muchos han intentado poner en orden la narración de las cosas que se han
cumplido entre nosotros, 2 conforme nos las transmitieron quienes
desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, 3 me
pareció también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde
los comienzos, escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo, 4 para
que conozcas la indudable certeza de las enseñanzas que has recibido.
4,14 Entonces,
por impulso del Espíritu, volvió Jesús a Galilea y se extendió su fama por toda
la región. 15 Y enseñaba en sus sinagogas y era honrado por todos.
16 Llegó
a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el
sábado y se levantó para leer. 17 Entonces le entregaron el libro
del profeta Isaías y, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba
escrito:
18
El Espíritu del Señor está sobre mí,
por lo cual me ha ungido
para evangelizar a los pobres,
me ha enviado para anunciar la
redención
a los cautivos
y devolver la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos
19 y
para promulgar el año de gracia del Señor.
20 Y
enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos en la sinagoga
tenían los ojos fijos en él. 21 Y comenzó a decirles:
—Hoy se ha cumplido esta Escritura que
acabáis de oír.
Este año, correspondiente al Ciclo C, la mayor parte de los domingos
leeremos los textos del Evangelio según San Lucas. Por eso, el texto de hoy
comienza por el prólogo de San Lucas en el que expone, con un excelente
lenguaje literario, sus intenciones al componer su obra: escribir una historia
bien ordenada y documentada (v. 3) de la vida de Cristo desde sus orígenes,
explicando también el significado salvífico de las cosas que se «han cumplido»
(v. 1). Es, pues, una historia, pero que descubre en los acontecimientos el
cumplimiento de las promesas de Dios: «Los Evangelios no pretenden ser una
biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna.
Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico
seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo
testimonios fiables y trabajando sobre documentos sometidos al atento
discernimiento eclesial» (Juan Pablo II, Novo
millennio ineunte, n. 18).
A continuación, se nos comienza a relatar la actividad de Jesús en
Galilea al inicio de su vida pública. De entrada se ofrece un breve resumen de
la actividad de Jesús, que precede a la declaración en la sinagoga de Nazaret
(4,14-15). En el centro del mensaje no está tanto la predicación del Reino de
Dios, como en los otros sinópticos, sino la Persona misma de Jesús. En las pocas palabras del
sumario se vuelve a mencionar al Espíritu: el Espíritu Santo, que intervino
activamente en el nacimiento de Jesús y en los episodios de su infancia, es
ahora quien gobierna su actividad: tras descender sobre Él en el Bautismo
(3,22), le conduce al desierto (4,1) y le impulsa a la misión por Galilea (v.
14), «porque la humanidad de Cristo es un órgano conjunto con la divinidad
misma, y por eso Cristo se mueve según el impulso de la divinidad» (Nicolás de
Lira, Postilla super Lucam 4).
En el episodio de los vv. 16-20 se presupone el esquema del culto
sinagogal de su tiempo. En el sábado, día de descanso y oración para los judíos
(Ex 20,8-11), se reunían para instruirse en la Sagrada Escritura.
Comenzaba la sesión recitando juntos la Shemá ,
resumen de los preceptos del Señor, y las dieciocho
bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley —el Pentateuco— y otro de
los Profetas. El presidente invitaba a alguien de los allí presentes a dirigir
la palabra (cfr Hch 13,15). A veces se levantaba alguno voluntariamente para
cumplir el encargo. Así debió de ocurrir en esta ocasión. Jesús busca la
oportunidad de instruir al pueblo (v. 16), y lo mismo harán después los
Apóstoles (cfr Hch 13,5.15.42.44; 14,1; etc.). La reunión terminaba con la
bendición sacerdotal (cfr Nm 6,22ss.), recitada por el presidente o un
sacerdote si lo había, a la que todos respondían: «Amén».
Jesús lee el pasaje de Isaías 61,1-2, donde el profeta anuncia la
llegada del Señor que librará al pueblo de sus aflicciones. Por tanto, hay dos
noticias en el pasaje: la salvación que obrará Dios con su pueblo, y el hombre
elegido, ungido, por el Señor para llevarla a cabo. Jesús enseña que ambas se
cumplen en Él. Por una parte, porque con sus «hechos y palabras, Cristo hace
presente al Padre entre los hombres» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 3). Por otra parte, porque al decir que
la profecía se cumple en Él (v. 21), enseña que el mensaje de salvación no es
otra cosa que Él mismo: «Al ser Él la “Buena Nueva ”, existe en Cristo plena identidad
entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 13).
«Por lo cual me ha ungido» (v. 18). «Cristo, en efecto, no fue ungido
por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que
fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue
en el Espíritu Santo» (S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses 21,2).
«El año de gracia del Señor» (v. 19). Alude al año jubilar de los
judíos, establecido por la Ley
(Lv 25,8ss.) cada cincuenta años, para simbolizar la época de redención y
libertad que traería el Mesías. La época inaugurada por Cristo, el tiempo de la Nueva Ley , es «el año de
gracia», el tiempo de la misericordia y de la redención, que se alcanzarán
cumplidamente en la vida eterna. De manera semejante, la institución del Año
Santo en la Iglesia
Católica tiene el sentido de anuncio y recuerdo de la Redención traída por
Cristo y de su plenitud en la vida futura.
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