4º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura
Comentario a Jeremías 1,4-5 y 17-19
El relato de la vocación de Jeremías muestra en profundidad el misterio de toda llamada divina, acto eterno y gratuito de Dios por el que se desvela a un alma el porqué y el para qué de su vida. El comienzo de toda persona humana nunca es simple resultado del azar, pues nada escapa a la divina providencia (v. 5). La acción de Dios en la gestación se expresa de manera gráfica —«plasmar» en el seno materno— mediante una palabra que designa la acción del alfarero que modela en el barro la forma de cada vasija. El «conocimiento» por parte de Dios alude a la elección para una misión determinada (cfr Am 3,2; Rm 8,29), pues Él tiene un proyecto para cada persona, y otorga a cada individuo unas características singulares, adecuadas para la tarea a que lo destina. A ello también se refiere la «consagración», es decir, la reserva de una persona o de una cosa para el servicio de Dios. Ese proyecto divino, bien determinado desde antes del nacimiento, se manifiesta al cabo del tiempo, cuando la persona ha alcanzado la edad adecuada para hacerse cargo de los designios que el Señor le ha preparado. San Juan Crisóstomo, glosando estas palabras, pone en boca de Dios: «Yo soy el que te he plasmado en el seno materno. No es obra de la naturaleza, ni de los sufrimientos. Yo soy la causa de todo, de modo que puedas obedecer con rectitud y ofrecerte a Mí». Y añade: «No dice primero te consagré, sino te conocí, y después te consagré. Con ello muestra la elección previa. Después de la elección previa, la especificación» (Fragmenta in Ieremiam 1).
En los vv. 17-19 el Señor comienza a anunciar un castigo, que se irá desarrollando en las páginas que siguen, a los hombres de Judá y de Jerusalén por no haber cumplido la Alianza. Jeremías deberá hablarles para recriminar sus pecados y explicar el sentido de los acontecimientos (vv. 17-18). Se trata de una misión difícil, pero cuenta con la fortaleza de Dios para llevarla a cabo (v. 19).
Dios no se olvida de los suyos y, en unos momentos críticos de su historia, cuando se acerca el fin del reino de Judá, elige y envía a Jeremías. El Señor lo escoge para hacer recapacitar al pueblo sobre los verdaderos motivos de las desgracias que se abaten sobre él y, cuando se consumen los desastres, para consolarlo con la certeza de que Él nunca abandona.
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