4º domingo del Tiempo ordinario – C.
1ª lectura
4
La palabra del Señor se me dirigió diciendo:
5—Antes
de plasmarte en el seno materno, te conocí,
antes de que salieras de las entrañas, te consagré,
te puse como profeta de las naciones.
17 Y
tú, te ceñirás la cintura,
te levantarás, y les dirás
todo cuanto te ordene.
No les temas,
no vaya a ser que Yo te haga temerles.
18 Yo
te pongo hoy
como ciudad fortificada,
columna de hierro,
y muralla de bronce
sobre todo el país,
frente a los reyes de Judá y a sus autoridades,
a sus sacerdotes y al pueblo llano.
19 Te
harán la guerra,
pero no te podrán,
porque estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—.
El relato de la vocación de Jeremías muestra en profundidad el
misterio de toda llamada divina, acto eterno y gratuito de Dios por el que se
desvela a un alma el porqué y el para qué de su vida. El comienzo de toda
persona humana nunca es simple resultado del azar, pues nada escapa a la divina
providencia (v. 5). La acción de Dios en la gestación se expresa de manera
gráfica —«plasmar» en el seno materno— mediante una palabra que designa la
acción del alfarero que modela en el barro la forma de cada vasija. El
«conocimiento» por parte de Dios alude a la elección para una misión
determinada (cfr Am 3,2; Rm 8,29), pues Él tiene un proyecto para cada persona,
y otorga a cada individuo unas características singulares, adecuadas para la
tarea a que lo destina. A ello también se refiere la «consagración», es decir,
la reserva de una persona o de una cosa para el servicio de Dios. Ese proyecto
divino, bien determinado desde antes del nacimiento, se manifiesta al cabo del
tiempo, cuando la persona ha alcanzado la edad adecuada para hacerse cargo de los
designios que el Señor le ha preparado. San Juan Crisóstomo, glosando estas
palabras, pone en boca de Dios: «Yo soy el que te he plasmado en el seno
materno. No es obra de la naturaleza, ni de los sufrimientos. Yo soy la causa
de todo, de modo que puedas obedecer con rectitud y ofrecerte a Mí». Y añade:
«No dice primero te consagré, sino te conocí, y después te consagré. Con ello muestra la
elección previa. Después de la elección previa, la especificación» (Fragmenta in Ieremiam 1).
En los vv. 17-19 el Señor comienza a anunciar un castigo, que se irá
desarrollando en las páginas que siguen, a los hombres de Judá y de Jerusalén
por no haber cumplido la
Alianza. Jeremías deberá hablarles para recriminar sus
pecados y explicar el sentido de los acontecimientos (vv. 17-18). Se trata de
una misión difícil, pero cuenta con la fortaleza de Dios para llevarla a cabo
(v. 19).
Dios no se olvida de los suyos y, en unos momentos críticos de su
historia, cuando se acerca el fin del reino de Judá, elige y envía a Jeremías.
El Señor lo escoge para hacer recapacitar al pueblo sobre los verdaderos
motivos de las desgracias que se abaten sobre él y, cuando se consumen los
desastres, para consolarlo con la certeza de que Él nunca abandona.
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