5 Los
apóstoles le dijeron al Señor:
—Auméntanos la fe.
6 Respondió
el Señor:
—Si tuvierais fe como un grano de mostaza,
diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería.
7 Si
uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del
campo, ¿acaso le dice: «Entra enseguida y siéntate a la mesa?» 8 Por
el contrario, ¿no le dirá más bien: «Prepárame la cena y dispónte a servirme
mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?» 9 ¿Es que
tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? 10
Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado,
decid: «Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que
hacer».
En los versículos inmediatamente anteriores (vv. 3-4), el Señor había
invitado a la grandeza de corazón en el perdón de las ofensas. Los Apóstoles
son conscientes de la dificultad de esas exigencias, por eso Cristo enseña que
con fe en Dios no hay nada imposible (vv. 5-6).
Es claro que Jesús ni recomienda el trato abusivo del amo ni lo
aprueba (vv. 7-10). Pero nos enseña que la virtud desplegada al cumplir sus
mandatos despertará la admiración de los demás, y nos consolará interiormente.
Pero entonces, en lugar de engreírnos, debemos considerar que cumplimos
solamente el plan de Dios: «No te jactes por ser llamado hijo de Dios —reconoce
la gracia, y no desconozcas tu naturaleza—, ni te engrías por haberle servido
bien: es lo que tenías que hacer. El sol hace su oficio, la luna obedece y los
ángeles cumplen su servicio. (...) No pretendamos ser alabados por nosotros
mismos, no adelantemos el juicio de Dios (...), reservémoslo para su momento»
(S. Ambrosio, Expositio Evangelii
secundum Lucam, ad loc.).
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