Domingo 2º
Adviento – A. Segunda lectura
4 Todas
las cosas que ya están escritas fueron escritas para nuestra enseñanza, con el
fin de que mantengamos la esperanza mediante la paciencia y la consolación de
las Escrituras. 5 Que el Dios de la paciencia y de la consolación os
dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús, 6 para que
unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo.
7 Por
esta razón acogeos unos a otros, como también Cristo os acogió a vosotros para
gloria de Dios. 8 Digo, en efecto, que Cristo se hizo servidor de
los que están circuncidados para mostrar la fidelidad de Dios, para ratificar
las promesas hechas a los padres, 9 y para que los gentiles
glorificaran a Dios por su misericordia, conforme está escrito:
Por eso te alabaré a ti entre los gentiles,
y cantaré en honor de tu nombre.
Jesucristo murió para que todos «con un mismo
sentir» (v. 5) diésemos gloria a Dios. Y aunque Cristo se dirigió primero a los
judíos, acogió también a los gentiles. Con su vida da cumplimiento a las
promesas hechas a los hebreos de que también los gentiles glorificarían a Dios.
Manifiesta así la fidelidad de Dios a sus promesas (v. 8) y su misericordia con
todos: sus bendiciones llegan también a quienes no pertenecen a Israel según la carne. Aquí Pablo
aporta testimonios de los Profetas, la
Ley y los Escritos, las tres agrupaciones judías de la Sagrada Escritura
(vv. 9-12).
La enseñanza es clara: se trata de vivir la caridad
con los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cfr Flp 2,5-8), hasta amar a los
demás como los ama Él (cfr Jn 13,34-35; 15,12-13; 1 Jn 3,15; 4,11; Ef 5,1-2),
sin excluir a nadie: «Mirad constantemente a Jesús que, sin dejar de ser Dios,
se humilló tomando forma de siervo para poder servirnos, porque sólo en esa
misma dirección se abren los afanes que merecen la pena. El amor busca la
unión, identificarse con la persona amada: y, al unirnos a Cristo, nos atraerá
el ansia de secundar su vida de entrega, de amor inmensurable, de sacrificio
hasta la muerte. Cristo
nos sitúa ante el dilema definitivo: o consumir la propia existencia de una
forma egoísta y solitaria, o dedicarse con todas las fuerzas a una tarea de
servicio» (S. Josemaría Escrivá, Amigos
de Dios, n. 236).
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