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No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...

Lealtad a la fe recibida (1 Tm 6,11-16)

26º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura

11 Tú, hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la constancia y la mansedumbre. 12 Pelea el noble combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que has sido llamado y para la que hiciste solemne profesión en presencia de muchos testigos.
13 Te ordeno en la presencia de Dios, que da vida a todo, y de Cristo Jesús, que dio el solemne testimonio ante Poncio Pilato, 14 que conserves lo mandado, sin tacha ni culpa, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; 15 manifestación que hará patente en el momento oportuno
el bienaventurado y único Soberano,
el Rey de los reyes y el Señor de los señores;
16 el único que es inmortal,
el que habita en una luz inaccesible,
a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A Él, el honor y el imperio eterno. Amén.

Comentario a 1 Timoteo 6,11-16

La obligación de ser leales y atenerse a lo mandado, dando testimonio ante todos de la fe que se profesa, se urge en la presencia de Dios Padre y de Jesucristo, que firmemente confesó su realeza ante Poncio Pilato.

Este bello himno a la realeza de Cristo (vv. 15-16) es posible que fuera tomado de la liturgia. Como los demás himnos que aparecen en la carta (1,17 y 3,16) refleja la conciencia de los primeros cristianos de que el fin de la vida del hombre es dar gloria a Dios. «No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: ¡esto es lo que nos ha de mover!» (S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 851).

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