23º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
9b Yo, Pablo, ya anciano y ahora además prisionero de
Cristo Jesús, 10 te ruego en favor de mi hijo Onésimo, a quien
engendré entre cadenas. 12 a
éste te lo devuelvo como si fuera mi corazón. 13 Yo hubiera
querido retenerlo para que me sirviera en tu lugar, mientras estoy entre
cadenas por el Evangelio.
14 Pero no he querido hacer nada sin tu
consentimiento, para que tu buena acción no sea forzada, sino voluntaria. 15 Quizá por eso
se alejó algún tiempo, para que ahora lo recuperes para siempre, 16 no ya como
siervo, sino más que siervo, como hermano muy amado, en primer lugar para mí,
pero ¡cuánto más para ti!, no sólo en lo humano, sino también en el Señor. 17 Por tanto, si me consideras hermano en la fe,
acógelo como si fuera yo mismo.
San Pablo ha engendrado a la fe a Onésimo, esclavo fugitivo de
Filemón. El Apóstol juega con el significado de la palabra Onésimo (= útil),
para interceder por él ante su antiguo amo y pedirle a Filemón que lo reciba de
nuevo.
Conviene reparar en el hecho de que el Apóstol llevó el mensaje del
Evangelio a todos, sin distinción de clases ni condiciones sociales, es más,
manifestando especial afecto a los más desfavorecidos, a los que no contempla
—según era frecuente en la época— como inferiores, sino como hermanos muy
amados. «Ved a Pablo escribiendo a favor de Onésimo, un esclavo fugitivo
—comenta San Juan Crisóstomo—; no se avergüenza de llamarlo hijo suyo, sus
propias entrañas, su hermano, su bienamado» (In Philemonem 2, ad loc.).
Y es que un cristiano está llamado a estimar a todos los hombres como
hermanos, valorando la dignidad de la persona humana, y consiguientemente sus
derechos. Nadie puede sentirse ajeno a esa actitud ni asumir los propios
deberes, con una inhibición que constituiría un pecado social, que ofende a
Dios y a la sociedad de los hombres. Así lo expresa con claridad Juan Pablo II:
«Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones tanto
interpersonales como en las de la persona con la sociedad, y aun de la
comunidad con la persona. Es social todo pecado cometido contra los derechos de
la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, sin excluir la del que
está por nacer, o contra la integridad física de alguno; todo pecado contra la
libertad ajena, especialmente contra la suprema libertad de creer en Dios y de
adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo
pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los
derechos y deberes de los ciudadanos. Puede ser social el pecado de obra u
omisión por parte de dirigentes políticos, económicos y sindicales, que aun
pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la
transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades del
momento histórico; así como por parte de trabajadores que no cumplen con sus
deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir dando
bienestar a ellos mismos, a sus familias y a toda la sociedad» (Reconciliatio et paenitentia, n. 16).
Comentarios