25º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
1 Te
encarezco ante todo que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de
gracias por todos los hombres, 2 por los emperadores y todos los que
ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda
piedad y dignidad. 3 Todo ello es bueno y agradable ante Dios,
nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad.
5
Porque uno solo es Dios
y uno solo también el mediador
entre Dios y los hombres:
Jesucristo hombre,
6 que
se entregó a sí mismo en redención por todos.
Éste es el testimonio dado a su debido
tiempo.
7 Yo
he sido constituido mensajero y apóstol de ese testimonio —digo la verdad, no
miento—, doctor de los gentiles en la fe y en la verdad.
8 Por
tanto, quiero que los hombres hagan oración en todo lugar, alzando sus manos
inocentes, sin ira ni disensiones.
Se ha de rezar por todos los hombres,
no sólo por los amigos o bienhechores, ni sólo por los cristianos. La Iglesia facilita a todos
los fieles el cumplimiento de este consejo con la «oración universal» o «de los
fieles» de la Santa Misa ,
donde «el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los
hombres» (Misal Romano, Ordenación
General, n. 45).
La voluntad salvífica universal de
Dios está estrechamente conectada con la única mediación de Cristo, nuestro
Salvador. Esto contrasta con la concepción pagana de entonces, que aspiraba a
la salvación a través de una pluralidad de dioses salvadores. San Agustín
afirma que fuera de Cristo, «camino universal de salvación que nunca ha faltado
al género humano, nadie ha sido liberado, nadie es liberado, nadie será
liberado» (De civitate Dei 10,32,2).
Y el Concilio Vaticano II propone así lo que es patrimonio de la fe cristiana:
«Cree la Iglesia
que (...) no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que
sea posible salvarse» (Gaudium et spes,
n. 10). A la vez, conviene tener presente que la acción salvífica de
Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá de los
confines visibles de la
Iglesia y alcanza a toda la humanidad. En efecto, el Concilio
Vaticano II también afirmó que «la única mediación del Redentor no excluye,
sino suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la
fuente única» (Lumen gentium, n. 62).
Juan Pablo II invita a profundizar el contenido de esta mediación participada,
siempre bajo la norma del principio de la única mediación de Cristo: «Aun
cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas
sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y
no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias» (Redemptoris missio, n. 5). Por eso la Congregación para la Doctrina de la Fe recuerda que «debe ser, por
lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad
salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para
siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de
Dios» (Dominus Iesus, nn. 14).
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