Domingo 2º
Adviento – A. Primera lectura
1 Saldrá un vástago de la cepa de Jesé,
y de sus
raíces florecerá un retoño.
2 Sobre él reposará el Espíritu del Señor,
espíritu de
sabiduría y de entendimiento,
espíritu de
consejo y de fortaleza,
espíritu de
ciencia y de temor del Señor.
3 Y lo inspirará con el temor del Señor.
No juzgará
según las apariencias,
ni decidirá
según los rumores,
4 sino que juzgará con justicia a los desvalidos,
y decidirá
con rectitud a favor de los pobres de la tierra.
Golpeará al
país con la vara de su boca,
y matará al
impío con el soplo de sus labios.
5 La justicia será la correa de su cintura,
y la fe, el
cinturón de sus caderas.
6 Entonces el lobo convivirá con el cordero,
el leopardo
se tumbará con el cabrito,
ternero y
león joven engordarán juntos,
y un niño
pequeño los guiará.
7 La vaca pacerá con la osa,
sus crías se
recostarán juntas,
y el león,
como el buey, comerá paja.
8 El niño de pecho jugará junto al agujero del áspid
y el
destetado meterá su mano en la madriguera de la víbora.
9 Nadie hará mal ni causará daño
en todo mi
monte santo,
porque la
tierra estará llena del conocimiento del Señor,
como las
aguas que cubren el mar.
10 Aquel día, la raíz de Jesé
se alzará
como bandera para los pueblos,
la buscarán
las naciones,
y su morada
será gloriosa.
Este pasaje es considerado el tercer oráculo del
Enmanuel. Tiene dos secciones. La primera (vv. 1-5) anuncia al vástago que
saldrá de la cepa de Jesé, el padre de David, en un futuro. La segunda (vv.
6-9) presenta los frutos de su reinado con las imágenes de la paz mesiánica,
esto es, la restauración del estado de justicia original de la creación.
En la primera parte se anuncia con solemnidad la
llegada al trono de un nuevo rey, nacido de la misma estirpe de David; humilde
como indica la imagen del tronco talado, pero con la vitalidad de un retoño
tierno. Se refiere al rey venidero («saldrá») y no al monarca reinante. El
nuevo rey gozará de cualidades excepcionales para gobernar gracias al Espíritu
del Señor que vendrá sobre él. El Espíritu divino es una fuerza interior, un
don concedido por Dios a los personajes más notables de la historia de la
salvación para cumplir una misión arriesgada y difícil: a Moisés (cfr Nm
11,17), a los jueces (cfr Jc 3,10; 6,34), a David (1 S 16,13). El nuevo
descendiente de David regirá al pueblo no con el despotismo de los monarcas de
la época sino con el dinamismo carismático que le viene de Dios. Las cualidades
o dones del Espíritu son seis, enumerados de dos en dos: la sabiduría e
inteligencia se refieren a la destreza y prudencia para no errar en el juicio,
a ejemplo de Salomón (cfr 1 R 5,26); el consejo y fortaleza son propias del
buen estratega como David; el conocimiento y el temor de Dios son de orden
religioso para que el rey no olvide que representa a Dios en el pueblo.
La segunda parte describe, de manera bella y
expresiva, la paz mesiánica que conseguirá este nuevo «vástago». El panorama
que se presenta es la restauración del paraíso en la armonía de que gozaba al
inicio de la creación, y que fue rota por el pecado. La violencia desaparecerá
incluso entre los animales irracionales. En contraste con el intento soberbio
de los hombres de querer «ser como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gn
3,5), entonces recibirán como un don divino el llenarse del «conocimiento del
Señor» (v. 9). El «niño» que por dos veces se menciona (vv. 6.8) no tiene que
ver directamente con el rey-niño del oráculo recogido en el cap. 9 (9,5) ni con
el Enmanuel (7,14). Sin embargo, en lo íntimo del profeta probablemente tenían
muchos puntos de contacto, como queda de manifiesto por la referencia a la
función de gobierno, que se refleja en la misión de guiar (v. 6).
La imagen del «vástago» de estirpe real que hará
posible la paz en la tierra ha sido interpretada en la tradición cristiana como
cumplida en Jesucristo. Santo Tomás de Aquino, que entiende que aquí se habla
de Cristo como el que lleva a cabo la restauración del género humano, señala:
«Primero se habla del “restaurador”, Cristo, en cuanto a su nacimiento (v. 1);
luego en cuanto a su santidad (vv. 2-9) y finalmente en cuanto a su dignidad
(v. 10)» (Expositio super Isaiam 11).
Y Juan Pablo II comenta: «Aludiendo a la venida de un personaje misterioso, que
la revelación neotestamentaria identificará con Jesús, Isaías relaciona la
persona y su misión con una acción especial del Espíritu de Dios, Espíritu del
Señor. Dice así el Profeta: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé / y un retoño
de sus raíces brotará. / Reposará sobre
él el espíritu del Señor: / espíritu de sabiduría e inteligencia, /
espíritu de consejo y fortaleza, / espíritu de ciencia y de temor del Señor. /
Y le inspirará en el temor del Señor” (Is 11,1-3). Este texto es importante
para toda la pneumatología del Antiguo Testamento, porque constituye como un
puente entre el antiguo concepto bíblico de “espíritu”, entendido ante todo
como “aliento carismático” y el “Espíritu” como persona y como don, don para la
persona. El Mesías de la estirpe de David (“del tronco de Jesé”) es
precisamente aquella persona sobre la que “se posará” el Espíritu del Señor. Es
obvio que en este caso todavía no se puede hablar de la revelación del
Paráclito; sin embargo, con aquella alusión velada a la figura del futuro
Mesías se abre, por decirlo de algún modo, la vía sobre la que se prepara la
plena revelación del Espíritu Santo en la unidad del misterio trinitario, que
se manifestará finalmente en la Nueva Alianza » (Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n. 15).
En el contexto de lectura cristiana que descubre en
estas palabras una alusión a la actuación del Espíritu Santo en las almas, se
entiende que se haya prestado especial atención a los «espíritus» que reposan
de modo estable sobre el Mesías, y que son «dones» estables a través de los
cuales actúa el Espíritu Santo. Éstos son seis según el texto hebreo, al que
sigue la Neovulgata. La
traducción griega de los Setenta y la Vulgata desdoblaron el don de temor en dos: «el
don de piedad» y el de temor de Dios. Por eso, la catequesis y la teología
hablan de siete: «Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen
en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfr Is 11,1-2). Completan y llevan a su
perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para
obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas» (Catecismo de la
Iglesia Católica , n. 1831).
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