26º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura
Comentario a Amós 6,1-7
Con este «¡Ay!» (v. 1) comienza la última sección de la segunda parte del libro de Amós. En ella se pueden distinguir dos fragmentos distintos, pero que coinciden en el motivo del reproche: la riqueza y el orgullo. El primero, que es el que leemos este domingo (vv. 1-7), es un reproche a los que viven de modo inconsciente (vv. 4-6), tanto en Sión como en Samaría (v. 1), poniendo su confianza en las clases dirigentes y opulentas de «la primera de las naciones», es decir, el reino del Norte o Samaría. El cargo principal es vivir lujosamente y con despreocupación de las desgracias de los demás.
La advertencia no deja de tener vigencia en todos los momentos de la historia humana: «Descendiendo a consecuencias prácticas y muy urgentes, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente (...). En nuestros días principalmente urge la obligación de acercarnos a cualquier otro hombre y servirle activamente cuando llegue la ocasión, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un trabajador extranjero injustamente despreciado, o de un desterrado, o de un niño nacido de una unión ilegítima que sufre inmerecidamente a causa de un pecado que él no ha cometido, del hambriento que interpela nuestra conciencia recordándonos la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40)» (Gaudium et spes, n. 27).
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