3º domingo de Adviento – C. 2ª lectura
Comentario a Filipenses 4,4-7
Son admirables estas palabras de San Pablo, si se tiene en cuenta que cuando escribe la epístola está encadenado y en la cárcel. Para la verdadera alegría no es obstáculo que las circunstancias en que se desarrolla la existencia de una persona sean difíciles o dolorosas. «Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios —dice San Cipriano—: ellos en la adversidad se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud ni de la verdadera fe. Por el contrario, éstas se afianzan en el dolor» (De mortalitate 13).
«El Señor está cerca» (v. 5). El Apóstol recuerda la proximidad del Señor para fomentar la alegría y animar a la mutua comprensión. Estas palabras les traerían sin duda el recuerdo de la exclamación Marana tha («Señor, ven») que repetían con frecuencia en las celebraciones litúrgicas (cfr 1 Co 16,21-24). Frente al ambiente adverso que pudieran encontrar, los primeros cristianos ponían su esperanza en la venida del Salvador, Jesucristo. Nosotros, como ellos, tenemos la certeza de que, mientras aguardamos su venida gloriosa, el Señor también está siempre cerca con su providencia. No hay, por tanto, motivos de inquietud. Sólo espera que le hablemos de nuestra situación con confianza, en oración, con la sencillez de un hijo. La oración se convierte así en un medio eficaz para no perder la paz, pues, como enseña San Bernardo, «regula los afectos, dirige los actos, corrige las faltas, compone las costumbres, hermosea y ordena la vida; confiere, en fin, tanto la ciencia de las cosas divinas como de las humanas (...). Ella ordena lo que debe hacerse y reflexiona sobre lo hecho, de suerte que nada se encuentre en el corazón desarreglado o falto de corrección» (De consideratione 1,7).
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