Ir al contenido principal

¡Abbá! Padre (Ga 4,4-7)


Santa María, Madre de Dios - 2ª lectura

4 Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, 5 para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. 6 Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abbá, Padre!» 7 De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como eres hijo, también heredero por gracia de Dios.

Comentario a Gálatas 4,4-7

En Cristo, Dios ofrece a todos los hombres la posibilidad de llegar a ser hijos suyos, y a todos envía el Espíritu de su Hijo. «Cualquier hombre que cree (...) ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios» (S. León Magno, Sermo 6 in Nativitate 2).

Con la Encarnación en «la plenitud de los tiempos» (v. 4), la historia ha llegado a su momento culminante, ha quedado definitivamente orientada hacia Dios: «Cuando San Pablo habla del nacimiento del Hijo de Dios lo sitúa en “la plenitud de los tiempos”. En realidad el tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo: ¿qué “cumplimiento” es mayor que este? ¿qué otro “cumplimiento” sería posible?» (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n. 9).

Las palabras «nacido de mujer» (v. 4) subrayan la verdadera Humanidad de Jesús y enseñan el papel de la Virgen María, la Nueva Eva, en la obra de la redención: «“Dios envió a su Hijo” (Ga 4,4), pero para “formarle un cuerpo” (cfr Hb 10,5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1,26-27)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 488).

Los judíos no utilizaron el vocablo arameo «Abbá» (v. 6) —nombre familiar con que los niños pequeños se dirigían a sus padres— para dirigirse a Dios, tal vez por respeto a la Majestad divina. Jesucristo, de una manera novedosa, lo usó para dirigirse a Dios Padre, mostrando así su especial relación de Hijo y su confianza y entrega a la voluntad de su Padre (cfr Mc 14,36). San Pablo se hace eco de la tradición y enseña que es el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, quien permite reconocernos hijos de Dios (cfr Rm 8,16-17): el cristiano es así hijo en el Hijo por el Espíritu Santo. «Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 136).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la...

Alégrate, llena de gracia (Lc 1,26-38)

Inmaculada concepción – Evangelio 26 En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. 28 Y entró donde ella estaba y le dijo: —Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. 29 Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía significar este saludo. 30 Y el ángel le dijo: —No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: 31 concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin. 34 María le dijo al ángel: ...

Pondré enemistad entre ti y la mujer (Gn 3,9-15)

10º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 9 El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: —¿Dónde estás? 10 Éste contestó: —Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo; por eso me oculté. 11 Dios le preguntó: —¿Quién te ha indicado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? 12 El hombre contestó: —La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí. 13 Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: —La serpiente me engañó y comí. 14 El Señor Dios dijo a la serpiente: —Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los animales y todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre el vientre, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón. Comentario a Génesis 3,9-15 El texto que escuchamos en la primera lectura de la Santa Misa se enmarca en e...