4º domingo de Adviento
– C. 2ª lectura
5 Por eso, al entrar en
el mundo, dice:
Sacrificio y ofrenda no
quisiste,
pero
me preparaste un cuerpo;
6 los
holocaustos y sacrificios por el pecado
no
te han agradado.
7 Entonces
dije:
«Aquí
vengo, como está escrito de mí
al
comienzo del libro,
para
hacer, oh Dios, tu voluntad».
8 Después
de haber dicho antes: No quisiste ni te agradaron sacrificios y ofrendas ni
holocaustos y víctimas expiatorias por el pecado —cosas que se ofrecen según la
Ley—, 9 añade luego: Aquí vengo para hacer tu voluntad. Deroga lo
primero para instaurar lo segundo. 10 Y por esa voluntad somos
santificados de una vez para siempre, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo.
La eficacia del
sacrificio de Cristo radica en la obediencia perfecta a la voluntad del Padre
(cfr 5,9). Ésta es la razón de la Encarnación, a la que se alude en los vv. 5-7
con una cita del Sal 40 según la versión griega. Por eso, la liturgia de la
Iglesia recuerda este texto (vv. 4-10) en varios momentos, especialmente en la
solemnidad de la Anunciación del Señor. «[Las palabras del salmo] nos hacen
como penetrar en los abismos insondables de este abajamiento del Verbo, de este
humillarse por amor de los hombres hasta la muerte de Cruz (...) ¿Por qué esta
obediencia, por qué este abajamiento, por qué este sufrimiento? Nos responde el
Credo: “Propter nos homines et propter
nostram salutem: por nosotros los hombres y por nuestra salvación” Jesús
bajó del cielo para hacer subir allá arriba con pleno derecho al hombre, y,
haciéndolo hijo en el Hijo, para restituirlo a la dignidad perdida con el
pecado (...). Acojámosle. Digámosle también nosotros: Aquí estoy, vengo a hacer
tu voluntad» (Juan Pablo II, Audiencia
general, 25-III-1981).
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