4º domingo de Adviento
– C. Evangelio
39 Por
aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de
Judá; 40 y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Y
cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó
llena del Espíritu Santo; 42 y exclamando en voz alta, dijo:
—Bendita tú entre las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. 43 ¿De dónde a mí tanto
bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? 44 Pues en cuanto
llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; 45 y
bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han
dicho de parte del Señor.
Contemplamos ahora la
grandeza de María desde otros puntos de vista. Isabel, llena del Espíritu
Santo, proclama que María es «madre de mi Señor» (v. 43). Pero ser «madre de
Dios» es también objeto de fe para María, y por ello es felicitada por Isabel
(v. 45). Sin embargo, la fe de la Virgen traspasa la mera virtud personal, pues
da origen a la Nueva Alianza: «Como Abrahán “esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas
naciones” (Rm 4,18), así María, en el instante de la Anunciación, después de
haber manifestado su condición de virgen, (...) creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo,
se convertiría en Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel» (Juan
Pablo II, Redemptoris Mater, n. 14).
La montaña de Judea
dista unos 130 km de Nazaret. Según una tradición que se remonta al siglo IV,
la casa de Zacarías estaba en el actual pueblo de ‘Ayn-Karîm, a unos 8 km al oeste
de Jerusalén. Allí el niño Juan salta de gozo en el vientre de su madre.
Teólogos antiguos y modernos han visto en esa acción un indicio de la
santificación del Bautista en el vientre de su madre: «Considera la precisión y
exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz,
pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según
las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del
misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó
la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas
proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se
aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan
a profetizar por inspiración de sus propios hijos» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).
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