22º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
18 Vosotros
no os habéis acercado a un fuego tangible y ardiente, a oscuridad, a tinieblas,
a tempestad, 19 a
son de trompetas, y a ese clamor de palabras que cuantos lo oyeron suplicaron
que no se les hablara más.
22 En
cambio, vosotros os habéis acercado al Monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a
miríadas de ángeles, a la asamblea gozosa 23 y a la Iglesia de los
primogénitos inscritos en los cielos, al Dios Juez de todos, a los espíritus de
los justos que han alcanzado la perfección, 24 a Jesús mediador
de la nueva alianza y a la sangre derramada, que habla mejor que la de Abel.
Se presenta una comparación entre dos escenas: una es la estampa
sobrecogedora del establecimiento de la Alianza en el Sinaí (cfr Ex 19,12-16; 20,18); la
otra es la visión maravillosa de la
Ciudad celestial en el monte Sión, morada de los ángeles y
bienaventurados.
El punto central de su argumento se basa en el momento más
significativo del nuevo pacto (v. 24): el derramamiento de la sangre del Señor,
que sella la Alianza
y realiza la purificación universal (cfr Ex 24,8; Hb 9,12-14.20; 1 P 1,2). Esta
sangre «habla mejor que la de Abel» (v. 24; cfr 11,4), porque «éste exigía
venganza mientras que la sangre de Cristo exige el perdón» (Sto. Tomás de
Aquino, Super Hebraeos, ad loc.). «Pecadores, dice esta
Epístola, ¡felices de vosotros, que después de pecar acudís a Jesús
crucificado, que derramó toda su sangre para ponerse como mediador de paz entre
Dios y los que pecan, y recabar de Él vuestro perdón! Si contra vosotros claman
vuestras iniquidades, a favor vuestro clama la sangre del Redentor, y la divina
justicia no puede menos de aplacarse a la voz de esta sangre» (S. Alfonso Mª de
Ligorio, Práctica del Amor a Jesucristo
3).
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