19º domingo del Tiempo ordinario – C.
Evangelio
32 No
temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. 33
Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no envejecen, un
tesoro que no se agota en el cielo, donde el ladrón no llega ni la polilla
corroe. 34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro
corazón.
35 Tened
ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, 36 y estad como
quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al
instante en cuanto venga y llame. 37 Dichosos aquellos siervos a los
que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá
la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. 38 Y
si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así,
dichosos ellos. 39 Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a
qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. 40 Vosotros
estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del
Hombre.
41 Y
le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por
nosotros o por todos?
42 El
Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador
fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de la casa para dar la ración
adecuada a la hora debida? 43 Dichoso aquel siervo a quien su amo
cuando vuelva encuentre obrando así. 44 En verdad os digo que le
pondrá al frente de toda su hacienda. 45 Pero si ese siervo dijera
en sus adentros: «Mi amo tarda en venir», y comenzase a golpear a los criados y
criadas, a comer, a beber y a emborracharse, 46 llegará el amo de
aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará
duramente y le dará el pago de los que no son fieles. 47 El siervo
que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la
voluntad de aquél, recibirá muchos azotes; 48 en cambio, el que sin
saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le
ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le
pedirán.
La exhortación a estar vigilantes aparece con frecuencia en la
predicación de Cristo (cfr Mt 24,42; 25,13; Mc 14,34) y en la de los Apóstoles.
De una parte, porque el enemigo está siempre al acecho (cfr 1 P 5,8), y de
otra, porque quien ama nunca duerme (cfr Ct 5,2). Manifestaciones concretas de
esa vigilancia son el espíritu de oración (cfr 21,36; 1 P 4,7) y la fortaleza
en la fe (cfr 1 Co 16,13).
Ahora Jesús, invita a la vigilancia mediante dos imágenes: la cintura
ceñida y la lámpara encendida (v. 35). Las amplias vestiduras que usaban los
judíos se ceñían a la cintura para realizar algunos trabajos, para viajar,
etc., por lo que «tener las cinturas ceñidas» indica un gesto de disponibilidad
y de rechazo a cualquier relajamiento (cfr Jr 1,17; Ef 6,14; 1 P 1,13). Del
mismo modo, «tener las lámparas encendidas» indica la actitud propia de quien
vigila o espera la venida de alguien. Después, el Señor acude a dos comparaciones
(vv. 36-40) para señalar cómo debe ser la espera vigilante ante su venida
segura: como el criado espera a su amo, o como el dueño espera al ladrón; ambos
saben que el «otro» va a venir y que en ese encuentro se decide su futuro. En
el marco de esas enseñanzas, nos quedamos deslumbrados ante el contenido del v.
37: no es fácil pensar en un señor de la época que sirva a sus criados porque
le esperan cuando llega tarde, pero eso es lo que hace el Señor con sus siervos
fieles: se ciñe la cintura y les sirve (cfr Jn 13,1-20).
Ante la pregunta de San Pedro (v. 41), Jesús introduce la cuestión de
la responsabilidad de quienes ocupan algún cargo (vv. 42-48a) y, en general, de
todos (v. 48b). El Señor lo explica especificando que no será igual la suerte
del fiel (vv. 43-44) que la del cínico (vv. 45-46), ni la del débil (v. 47)
será como la del ignorante (v. 48). «Una misma es la santidad que cultivan en
cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de
Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu
y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la
participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las
gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que
excita la esperanza y obra por la caridad. Es menester, en primer lugar, que los
pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y
con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno
sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así, su ministerio será
para ellos un magnífico medio de santificación» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 41).
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