22º domingo del Tiempo ordinario – C.
Evangelio
1 Un
sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le
estaban observando.
7 Les
proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los
primeros puestos:
8 —Cuando
alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea
que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él 9 y, al
llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: «Cédele el sitio a éste», y
entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. 10 Al
contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando
llegue el que te invitó te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás
muy honrado ante todos los comensales. 11 Porque todo el que se
ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
12 Decía
también al que le había invitado:
—Cuando des una comida o cena, no
llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos,
no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. 13
Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos
y a ciegos; 14 y serás bienaventurado, porque no tienen para
corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos.
El marco de la comida a la que ha sido invitado proporciona a Jesús
ocasión para varias enseñanzas. Aquí desarrolla una lección sobre la humildad.
«Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de
esta virtud de la humildad, y púsoseme delante —a mi parecer sin considerarlo,
sino de presto— esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar
en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la
miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo
entiende, agrada más a la
suma Verdad , porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos
haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén» (Sta. Teresa
de Jesús, Moradas 6,10,8).
En las palabras que Jesús dirige a quien le ha invitado (vv. 12-14) muestra
que la humildad ha de completarse con la práctica de la caridad. También
al dar hay que desechar todo deseo de vanagloria o de recompensa humana, y
mirar primero a Dios (cfr 12,22-34 y nota), de quien hemos recibido todo:
«¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las
casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y humana, así como la amistad y
familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco? (...) ¿Acaso
no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas
las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros,
que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de Él, si ni
siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si Él, que es Dios y
Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de
nuestros hermanos? No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de
mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido» (S. Gregorio
Nacianceno, De pauperum amore 23-24).
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