1º domingo de Cuaresma – C. 1ª lectura
Comentario a Deuteronomio 26,4-10
El Código Deuteronómico, que se había iniciado con la ley del Santuario único (cfr cap. 12), recoge en su parte final las oraciones que con motivo de la ofrenda de las primicias debían recitarse en dicho Santuario.
El ofrecimiento de las primicias de la tierra era un modo adecuado de manifestar el agradecimiento de Israel por las hazañas de Dios —magnalia Dei—, por los prodigios con que los había librado de la esclavitud de Egipto y establecido en la tierra prometida.
La oración que se recita en esos momentos (vv. 5-9) constituye una especie de «Credo» histórico-teológico del israelita, de singular importancia, que encierra los rasgos fundamentales de la fe del Antiguo Testamento. Es un resumen de la historia de Israel, centrado en la liberación de Egipto y en su establecimiento en la tierra prometida. Ambas acciones salvíficas constituyen un paradigma: son los quicios sobre los que gira este «credo» expresados en los vv. 8 y 9. Otros pasajes del Antiguo Testamento con semejantes «profesiones de fe» se encuentran en Dt 6,20-23; Jos 24,1-13; Ne 9,4ss.; Jr 32,16-25 y Sal 136.
Jacob es presentado como personaje clave de los orígenes del pueblo de Israel; personifica la era patriarcal. Al señalarle, no por su nombre, sino como un «arameo errante» (v. 5), se estaría poniendo de relieve el contraste entre la miserable situación anterior y el asentamiento en la tierra prometida. Jacob podía ser llamado arameo porque los orígenes de Abrahán pueden ser conectados con las inmigraciones de tribus arameas. En relación con ese origen hay que considerar los largos años de Jacob pasados en Aram-Naharaim, al noroeste de Mesopotamia, y sus mujeres arameas (Gn 29-30). La oración de la ofrenda de las primicias resalta el contraste entre la pobreza del arameo sin patria y sin tierra y la prosperidad del agricultor-ganadero rico, con una «buena tierra» dada por Dios, así como el disfrute de la libertad.
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