1º domingo de Cuaresma –C. Evangelio
1 Jesús,
lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al
desierto, 2 donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo.
No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. 3 Entonces le
dijo el diablo:
—Si eres Hijo de Dios, dile a esta
piedra que se convierta en pan.
4 Y
Jesús le respondió:
—Escrito está:
No sólo de pan vivirá el hombre.
5 Después
el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la
superficie de la tierra en un instante 6 y le dijo:
—Te daré todo este poder y su gloria,
porque me han sido entregados y los doy a quien quiero. 7 Por tanto,
si me adoras, todo será tuyo.
8 Y
Jesús le respondió:
—Escrito está:
Adorarás al Señor tu Dios
y solamente a Él darás culto.
9 Entonces
lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo 10 y le
dijo:
—Si eres Hijo de Dios, arrójate de
aquí abajo, porque escrito está:
Dará órdenes a sus ángeles sobre ti
para que te protejan
11 y
te lleven en sus manos,
no sea que tropiece tu pie contra
alguna piedra.
12 Y
Jesús le respondió:
—Dicho está: No tentarás al Señor tu
Dios.
13 Y
terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno.
En el inicio de su misión salvadora, el Señor ayuna (vv. 2-3) y sufre
las tentaciones de Satanás. Los tres evangelios sinópticos recuerdan que el
episodio tiene lugar en el «desierto» (v. 1). Con esa palabra (cfr 3,2) se
designa probablemente la depresión que hay junto al Jordán, al norte del Mar
Muerto. Sin embargo, también tiene un sentido teológico: en el desierto fueron
tentados, y vencidos, Moisés e Israel; en el desierto es tentado Jesús, que
vence donde otros cayeron: el diablo quiere apartar a Jesús de su misión, pero
Jesús le vence. Ya que en el tercer evangelio la genealogía del Señor llega
hasta Adán, la tradición cristiana vio en este relato una victoria de Jesús
como antitipo de Adán; donde Adán fue vencido, Jesús venció, inaugurando así la
nueva humanidad: «Es conveniente recordar cómo el primer Adán fue expulsado del
paraíso al desierto, para que adviertas cómo el segundo Adán viene del desierto
al paraíso. Ves cómo sus daños se reparan siguiendo sus encadenamientos y cómo
los beneficios divinos se renuevan tomando sus propias trazas» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).
En la primera tentación (vv. 3-4), el evangelista narra cómo el diablo
pone a prueba la filiación divina de Jesús que Dios Padre acaba de proclamar
(cfr 3, 22); en la segunda (vv. 5-8), le ofrece el reinado de este mundo a
cambio de un homenaje a Satán; en la tercera (vv. 9-12), situado en el pináculo
del Templo de Jerusalén, el diablo le propone escapar de la muerte
ostentosamente en virtud de ser Hijo de Dios. Esta narración es muy semejante a
la de San Mateo
aunque se diferencia en el orden de las tentaciones: la segunda de Mateo viene
como la tercera en Lucas, y viceversa. Como el orden de San Mateo coincide con
el de las tentaciones de Israel en el libro del Éxodo (cfr nota a Mt 4,1-11), y
en el Evangelio de San Lucas,
Jerusalén y, más en concreto, el Templo tienen gran relieve —allí concluyen el Evangelio de la infancia, y el evangelio
entero—, se suele pensar que San Lucas ha acomodado aquí el orden para destacar
la Ciudad Santa :
en Jerusalén se consuma nuestra salvación, y también la victoria de Jesús sobre
«toda» tentación (v. 13): «No diría la Sagrada Escritura
que acabada toda tentación se retiró el diablo de Él, si en las tres no se
hallase la materia de todos los pecados. Porque la causa de las tentaciones son
las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y
la ambición de poder» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,41,4 ad 4).
Jesús vence ahora al diablo, y el texto dice que éste esperó al
«momento oportuno» (v. 13). Se refiere, sin duda, a la pasión y muerte del
Señor. En el comienzo del relato de la pasión, San Lucas dice que «entró
Satanás en Judas» (22,3), y a partir de ahí se desencadenan los acontecimientos
(cfr nota a 22,1-6). Pero también entonces vencerá Jesús: con su aceptación
filial del designio del Padre, liberará a los hombres de quien tenía el poder
de la muerte, es decir, el diablo (cfr Hb 2,14). A diferencia de Mateo y
Marcos, San Lucas no recuerda que los ángeles sirvieron al Señor al acabar las
tentaciones; en cambio, sí menciona el consuelo de un ángel en la agonía de
Getsemaní (22,43): «El Maestro quiso ser tentado en todas las cosas en las
cuales lo somos nosotros, como quiso morir porque nosotros morimos; como quiso
resucitar, porque también habíamos de resucitar» (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 90,2,1).
El pasaje nos enseña también que las armas para vencer las tentaciones
son la oración, el ayuno, no dialogar con la tentación, tener en los labios las
palabras de Dios en la
Escritura y poner la confianza en el Señor.
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