3º domingo de Cuaresma –C. Evangelio
1 Estaban
presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre
mezcló Pilato con la de sus sacrificios. 2 Y en respuesta les dijo:
—¿Pensáis que estos galileos eran más
pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? 3 No,
os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. 4 O
aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis
que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? 5 No,
os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente.
6 Les
decía esta parábola:
—Un hombre tenía una higuera plantada
en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. 7 Entonces
le dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta
higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?» 8
Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta que cave a su
alrededor y eche estiércol, 9 por si produce fruto; si no, ya la
cortarás».
Jesús se servía de los sucesos del momento para enseñar. Ahora explica
que aquellas dos desgracias (vv. 1.4) no hay que atribuirlas a los pecados de
quienes murieron —como se pensaba comúnmente en aquel entonces—, sino que son
una llamada a la
conversión. Todo es signo del Señor y, por tanto, ocasión
para volver a Dios: «Recorramos todas las etapas de la historia y veremos cómo
en cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentirse a todos
los que han querido convertirse a Él» (S. Clemente Romano, Ad Corinthios 7,5).
La parábola de la higuera (vv. 6-9) es una glosa del último versículo
del pasaje anterior (13,5): la necesidad de convertirse para no perecer
eternamente. La higuera que no da frutos, en los otros dos sinópticos (Mt
21,18-22; Mc 11,12-25), simboliza el Templo, que daba apariencia de frutos,
pero que era estéril. En algunos textos del Antiguo Testamento (Jr 8,13: Os
9,10), la higuera simboliza a Israel, el pueblo de Dios cuando tiene que dar
frutos y no los da. También la viña (v. 6) es una imagen frecuente para
simbolizar a Israel (Is 3,14; 5,7; Jr 12,10; etc.). En el trasfondo de la
parábola puede verse que Jesús es el viñador (v. 7) con el que Dios le da una
última oportunidad a su pueblo. La parábola, para aquellos hombres, y para nosotros,
es una advertencia y un aviso: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que
se convierta y viva (cfr Ez 33,11), y «tiene paciencia con vosotros, porque no
quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan» (2 P 3,9), pero exige
obras que avalen la conversión: «La grandeza del hombre consiste en su
semejanza con Dios, con tal de que la conserve. Si el alma hace buen uso de las
virtudes plantadas en ella, entonces será de verdad semejante a Dios. Él nos
enseñó, por medio de sus preceptos, que debemos ofrecerle frutos de todas las
virtudes que sembró en nosotros al crearnos. (...) Amando a Dios es como
renovamos en nosotros su imagen. (...) Pero el amor verdadero no se practica
sólo de palabra, sino de verdad y con obras» (S. Columbano, Instructiones 11,1-2).
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