
5º domingo de Cuaresma –C. Evangelio
1 Jesús marchó al Monte de los Olivos. 2 Muy de mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él; se sentó y se puso a enseñarles.Comentario a Juan 8,1-11
Aunque este episodio falta en bastantes códices antiguos, la Tradición de la Iglesia lo considera inspirado y canónico. Su omisión podría haberse debido a que la misericordia de Jesús hacia esta mujer habría parecido a algunos espíritus demasiado rigoristas una ocasión de relajamiento en las exigencias morales. En todo caso, el episodio viene a confirmar cómo es el juicio de Jesús (8,15): siendo el Justo, no condena; en cambio aquéllos, siendo pecadores, dictan sentencia de muerte. «Conviene avisar que nunca de tal manera nos transportemos en mirar la divina misericordia, que no nos acordemos de la justicia; ni de tal manera miremos la justicia, que no nos acordemos de la misericordia; porque ni la esperanza carezca de temor, ni el temor de la esperanza» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesús 13).
La respuesta de Jesús (v. 7) alude al modo de practicar la lapidación entre los judíos: los testigos del delito tenían que arrojar las primeras piedras, después seguía la comunidad, para, de algún modo, borrar colectivamente el oprobio que recaía sobre el pueblo (cfr Dt 17,7). La cuestión, planteada desde un punto de vista legal, es elevada por Jesús al plano moral —que sostiene y justifica el legal— interpelando a la conciencia de cada uno. No viola la Ley, dice San Agustín, y al mismo tiempo no quiere que se pierda lo que Él estaba buscando, porque había venido a salvar lo que estaba perdido: «Mirad qué respuesta tan llena de justicia, de mansedumbre y de verdad. ¡Oh verdadera contestación de la Sabiduría! Lo habéis oído: “Cúmplase la Ley, que sea apedreada la adúltera”. Pero, ¿cómo pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores? Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador. Sufra el castigo aquella pecadora, pero no por mano de pecadores; ejecútese la Ley, pero no por sus transgresores» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 33,5).
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