2º domingo de Cuaresma – C. Evangelio
Comentario a Lucas 9,28-36
La Transfiguración es uno de los escasos episodios del evangelio conectado cronológicamente con otro: fue «unos ocho días después» (v. 28; «seis días después», según Mt 17,1 y Mc 9,2) de la confesión de Pedro. El vínculo entre los dos episodios es también temático: cuanto iba a «cumplirse en Jerusalén» (v. 31) es camino para la «gloria» (v. 32) de Jesús; la cruz anunciada un poco antes (9,22-23) no es el lance final, es sólo un paso para la glorificación: «Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para “entrar en su gloria” es necesario pasar por la cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como Siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa” (Sto. Tomás de Aquino, S. th. 3,45,4 ad 2)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 555).
Jesucristo con su Transfiguración fortalece la fe de sus discípulos mostrando en su Humanidad un indicio de la gloria que iba a tener después de la resurrección. No en vano los tres discípulos que le acompañan ahora (v. 28) son los tres que estarán más cerca de su agonía en Getsemaní (Mt 26,37; Mc 14,33). Con esta manifestación gloriosa fortalece su esperanza: «Para que alguien se mantenga en el recto camino hace falta que conozca previamente, aunque sea de modo imperfecto, el término de su andar (...). Y esto es tanto más necesario, cuanto más difícil y arduo es el camino y fatigoso el viaje, y alegre en cambio el final» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,45,1).
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