2º domingo de Cuaresma –C. Evangelio
28 Unos
ocho días después de estas palabras, se llevó con él a Pedro, a Juan y a
Santiago y subió a un monte para orar. 29 Mientras él oraba, cambió
el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. 30
En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías 31
que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba
a cumplirse en Jerusalén. 32 Pedro y los que estaban con él se
encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos
hombres que estaban a su lado. 33 Cuando éstos se apartaron de él,
le dijo Pedro a Jesús:
—Maestro, qué bien estamos aquí;
hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías —pero no
sabía lo que decía.
34 Mientras
así hablaba, se formó una nube y los cubrió con su sombra. Al entrar ellos en
la nube, se atemorizaron. 35 Y se oyó una voz desde la nube que
decía:
—Éste es mi Hijo, el elegido:
escuchadle.
36 Cuando
sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron
por entonces nada de lo que habían visto.
Jesucristo con su Transfiguración fortalece la fe de sus discípulos
mostrando en su Humanidad un indicio de la gloria que iba a tener después de la resurrección. No
en vano los tres discípulos que le acompañan ahora (v. 28) son los tres que
estarán más cerca de su agonía en Getsemaní (Mt 26,37; Mc 14,33). Con esta
manifestación gloriosa fortalece su esperanza: «Para que alguien se mantenga en
el recto camino hace falta que conozca previamente, aunque sea de modo
imperfecto, el término de su andar (...). Y esto es tanto más necesario, cuanto
más difícil y arduo es el camino y fatigoso el viaje, y alegre en cambio el
final» (Sto. Tomás de Aquino, Summa
theologiae 3,45,1).
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