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No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...

La fe en el corazón (Rm 10,8-13)

1º domingo de Cuaresma – C. 2ª lectura

8 ¿Qué dice la Escritura?

«Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que predicamos. 9 Porque si confiesas con tu boca: «Jesús es Señor», y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás. 10 Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación. 11 Ya que la Escritura dice:
«Todo el que cree en él no quedará confundido».
12 Pues no hay distinción entre judío y griego; porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que le invocan.
13 «Porque todo el que invoque el nombre del Señor
se salvará».

Comentario a Romanos 10,8-13

Este texto muestra que es necesario aceptar internamente la divinidad de Jesucristo, y profesarla verbalmente. Se señala así la necesidad de la confesión o «profesión de la fe», como es práctica general de la Iglesia desde los comienzos hasta hoy. El título de «Señor» (hebreo Adonai), nombre con que los judíos, a partir del s. III a.C., suelen sustituir el de Yhwh (que no se pronunciaba por respeto), se aplica aquí a Jesucristo, expresando así su divinidad. El sujeto del verbo «confesar» en segunda persona, en el v. 9, no hace distinción entre judío o griego (cfr v. 12). Se cumple así lo profetizado por Joel (v. 13).

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