5º domingo de Cuaresma – C. 2ª lectura
Comentario a Filipenses 3,8-14
Todo lo que antes de su conversión constituía para él timbre de gloria, ahora carece de valor comparado con el sublime conocimiento de Cristo. Es éste el que hace justo al hombre, no la Ley de Moisés (cfr Rm 3,21). Por eso, es necesario dejar todo por Cristo y esforzarse por ir configurándose con Él hasta alcanzar la gloria de la resurrección. En esta tarea vale la pena poner todo el empeño posible. Como dice Santa Teresa de Jesús, «importa mucho, y el todo, (...) una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (Camino de perfección 35,2).
A continuación San Pablo insiste en que siempre es necesario esforzarse por crecer en santidad. Sirviéndose de una comparación muy expresiva, tomada de las carreras en el estadio, el Apóstol habla de la lucha ascética como de algo positivo, de un verdadero deporte sobrenatural con auténtico afán de progreso interior. «Que siempre te desagrade lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Pues cuando te agradaste a ti mismo, ahí te quedaste. Pues si dijeras “basta”, en ese momento has perecido. Crece siempre, camina siempre, avanza siempre, no te quedes en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se queda quien no avanza: retrocede quien se vuelve a las cosas que ya había dejado; se desvía quien apostata. Es mejor andar cojo por el camino que correr fuera del camino» (S. Agustín, Sermones 169,18).
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