28º domingo del Tiempo ordinario – A .
1ª lectura
6 El Señor de los
ejércitos ofrecerá
a todos los pueblos, en este monte,
un banquete de sabrosos manjares,
un banquete de vinos añejos,
manjares suculentos,
y vinos exquisitos.
7 Y eliminará en este
monte
el velo que cubre el rostro de todos
los pueblos,
y el manto que recubre todas las
naciones.
8 Eliminará para siempre
la muerte.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de
todos los rostros,
y apartará el oprobio de su pueblo en
toda la tierra,
porque ha hablado el Señor.
9 Aquel día se dirá:
«Aquí está nuestro Dios,
que esperábamos que nos salvaría,
el Señor, en quien esperábamos.
Exultemos y gocemos de su salvación».
10
Porque la mano del Señor descansará en este monte.
El Señor ha preparado a todos los pueblos en el monte Sión un singular
banquete, que describe con metáforas el reino mesiánico ofrecido a todas las
naciones. Dios les hará partícipes de «manjares suculentos» y «vinos exquisitos».
Así, se expresa de modo simbólico que el Señor hace partícipes a los hombres de
alimentos divinos, que superan todo lo imaginable (vv. 6-8).
Estas palabras son una prefiguración del banquete eucarístico,
instituido por Jesucristo en Jerusalén, en el que se entrega un alimento
divino, el Cuerpo y la Sangre
de nuestro Señor, que vigoriza el alma y es prenda de la vida futura: «La
participación en la “cena del Señor” es anticipación del banquete escatológico
por las “bodas del Cordero” (Ap 19,9). Al celebrar el memorial de Cristo, que
resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de “la
gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”» (Juan Pablo II, Dies Domini, n. 38). De ahí que los
santos frecuentemente hayan exhortado a considerar esta realidad a la hora de
recibir la Eucaristía :
«Es para nosotros prenda eterna, de
manera que ello nos asegura el Cielo; éstas son las arras que nos envía el
cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo
hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y
dignamente hayamos recibido el suyo en la Comunión » (S. Juan Bautista María Vianney, Sermón sobre la Comunión ).
El versículo 8 es citado por San Pablo, al afirmar gozoso que la
resurrección de Cristo ha supuesto la victoria definitiva sobre la muerte (1 Co
15,54-55), y por el Apocalipsis, al
anunciar la salvación que traerá el Cordero muerto y resucitado: «Y enjugará
toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor,
porque todo lo anterior ya pasó» (Ap 21,4; cfr también Ap 7,17). La Iglesia evoca asimismo
estas palabras en su oración por los difuntos, por quienes pide a Dios que los
reciba en su Reino «donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de
tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al
contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y
cantaremos eternamente tus alabanzas» (Misal Romano, Plegaria Eucarística III).
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