Ir al contenido principal

El banquete del Señor (Is 25,6-10a)

 28º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
6 El Señor de los ejércitos ofrecerá
a todos los pueblos, en este monte,
un banquete de sabrosos manjares,
un banquete de vinos añejos,
manjares suculentos,
y vinos exquisitos.
7 Y eliminará en este monte
el velo que cubre el rostro de todos los pueblos,
y el manto que recubre todas las naciones.
8 Eliminará para siempre la muerte.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y apartará el oprobio de su pueblo en toda la tierra,
porque ha hablado el Señor.
9 Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios,
que esperábamos que nos salvaría,
el Señor, en quien esperábamos.
Exultemos y gocemos de su salvación».
10 Porque la mano del Señor descansará en este monte.
El Señor ha preparado a todos los pueblos en el monte Sión un singular banquete, que describe con metáforas el reino mesiánico ofrecido a todas las naciones. Dios les hará partícipes de «manjares suculentos» y «vinos exquisitos». Así, se expresa de modo simbólico que el Señor hace partícipes a los hombres de alimentos divinos, que superan todo lo imaginable (vv. 6-8).
Estas palabras son una prefiguración del banquete eucarístico, instituido por Jesucristo en Jerusalén, en el que se entrega un alimento divino, el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, que vigoriza el alma y es prenda de la vida futura: «La participación en la “cena del Señor” es anticipación del banquete escatológico por las “bodas del Cordero” (Ap 19,9). Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de “la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”» (Juan Pablo II, Dies Domini, n. 38). De ahí que los santos frecuentemente hayan exhortado a considerar esta realidad a la hora de recibir la Eucaristía: «Es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; éstas son las arras que nos envía el cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el suyo en la Comunión» (S. Juan Bautista María Vianney, Sermón sobre la Comunión).
El versículo 8 es citado por San Pablo, al afirmar gozoso que la resurrección de Cristo ha supuesto la victoria definitiva sobre la muerte (1 Co 15,54-55), y por el Apocalipsis, al anunciar la salvación que traerá el Cordero muerto y resucitado: «Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó» (Ap 21,4; cfr también Ap 7,17). La Iglesia evoca asimismo estas palabras en su oración por los difuntos, por quienes pide a Dios que los reciba en su Reino «donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas» (Misal Romano, Plegaria Eucarística III).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

Perseverancia en la oración (Lc 18,1-8)

29º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 1 Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2 diciendo: —Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3 También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: «Hazme justicia ante mi adversario». 4 Y durante mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 5 como esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme». 6 Concluyó el Señor: —Prestad atención a lo que dice el juez injusto. 7 ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? 8 Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre , ¿encontrará fe sobre la tierra? Comentario a Lucas 18,1-8 La parábola contiene una enseñanza muy expresiva sobre la necesidad de la perseverancia en la oración y sobre su eficacia. El v. 1 ...

Cuando Moisés alzaba las manos, vencía Israel (Ex 17,8-13)

29º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 8 Vino entonces Amalec y atacó a Israel en Refidim . 9 Moisés dijo a Josué: —Elige unos hombres y sal a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie en la cima del monte con el bastón de Dios en la mano. 10 Hizo Josué como Moisés le había ordenado y combatió contra Amalec; mientras, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. 11 Resultó que cuando Moisés alzaba las manos, vencía Israel, pero cuando las dejaba caer, vencía Amalec. 12 Como se le cansaban las manos a Moisés, acercaron una piedra, se la pusieron debajo y se sentó sobre ella, en tanto que Aarón y Jur le sujetaban las manos, cada uno por un lado. Y así sus manos se mantuvieron en alto hasta la puesta del sol. 13 Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Comentario a Éxodo 17,8-13 Junto a la falta de alimento y de agua, los israelitas tendrían que afrontar en el desierto los ataques de otros grupos que les disputarían los pozos o los pastos. La confront...