34 Los
fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo,
35 y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle:
36 —Maestro,
¿cuál es el mandamiento principal de la
Ley ?
37 Él
le respondió:
—Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. 38 Éste es el mayor
y el primer mandamiento. 39 El segundo es como éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.
Responde Jesús a una cuestión planteada por los fariseos, cuya
preocupación principal era cumplir todos los mandamientos contenidos en las
leyes mosaicas y que alcanzaban el número de 613. Jesús enseña que toda la Ley se condensa en los dos
mandatos del amor (Dt 6,5; Lv 19,18). Toda la tradición evangélica es testigo
de cómo Jesús vinculó el amor a Dios con el amor al prójimo. El relato de Mateo
lo recoge de una manera singular: el escriba pregunta por «el mandamiento
principal de la Ley »
(v. 36), y Jesús contesta con un mandamiento que se traduce en dos, o mejor,
con dos mandamientos que son uno; en todo caso queda claro que este mandamiento
se distingue de los demás: «Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si
le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo,
ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios. (...) Sólo ésta es la verdadera y
única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de
nuestros hermanos y les ayudamos» (S. Beda, Homiliae
2,22).
Sin embargo, lo más importante es amar a Dios, porque el amor al
prójimo es consecuencia y efecto del amor a Dios y, cuando es amado el hombre,
es amado Dios ya que el hombre es imagen de Dios (cfr S. Tomás de Aquino, Sup. Ev. Matt. in loc.).
Respecto de la intensidad del amor a Dios escribía San Bernardo: «Tú
me preguntas por qué razón y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo
contesto: la razón para amar a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin
método ni medida» (De diligendo Deo 1,1).
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