27º domingo del Tiempo ordinario – A .
Evangelio
33 Escuchad
otra parábola:
—Había un hombre, dueño de una
propiedad, que plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar,
edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos de allí. 34
Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió a sus siervos a los labradores
para recibir sus frutos. 35 Pero los labradores agarraron a los
siervos y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. 36 De
nuevo envió a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero les hicieron
lo mismo. 37 Por último les envió a su hijo, pensando: «A mi hijo lo
respetarán». 38 Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:
«Éste es el heredero. Vamos, lo mataremos y nos quedaremos con su heredad». 39
Y lo agarraron, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando
venga el amo de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
41 Le
contestaron:
—A esos malvados les dará una mala
muerte, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su
tiempo.
42 Jesús
les dijo:
—¿Acaso no habéis leído en las
Escrituras:
La piedra que rechazaron los
constructores,
ésta ha llegado a ser la piedra
angular.
Es el Señor quien ha hecho esto
y es admirable a nuestros ojos?
43 »Por
esto os digo que se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que
rinda sus frutos.
La parábola de los viñadores homicidas es como un compendio de la
historia de la salvación. Comienza con una evocación implícita de Is 5,1-7,
donde se comparaba a Israel con una viña que, pese a todos los cuidados
divinos, en vez de dar frutos había dado agrazones; de ahí que el Señor vaya a
destruirla. En el contexto en que Jesús pronunció la parábola y en el que
vivían poco después los evangelistas, es fácil ver su alegoría: los viñadores,
encargados por Dios del cuidado de su pueblo, simbolizan a las clases
dirigentes de Israel. Dios había enviado en diversos tiempos a los profetas,
que no habían recogido el fruto, sino que fueron maltratados o muertos (cfr 2
Cro 24,21). Finalmente, Dios ha enviado a su Hijo Único, Jesús. Así se indica
la diferencia entre Jesús, el Hijo, y los profetas, no más que siervos. Pero
también a Éste se disponen a matarlo, fuera de la viña, esto es, de Jerusalén.
Es lógico el castigo de Dios.
Sin embargo, con las palabras del Salmo 118 citadas en Mt 21,42 el
Señor enseña que estas acciones de los hombres no hacen sino corroborar el plan
de Dios que, de esa manera, funda un nuevo pueblo cimentado en Cristo, nueva
piedra angular. Mateo es el único evangelista que al narrar la parábola habla
de que la viña se entregará a «un pueblo que rinda sus frutos» (v. 43),
aludiendo a la Iglesia ,
nuevo Pueblo de Dios: «El Señor Dios la consignó —no ya cercada, sino dilatada
por todo el mundo— a otros colonos que den fruto a sus tiempos, con la torre de
elección levantada en alto por todas partes y hermosa. Porque en todas partes
resplandece la Iglesia ,
y en todas partes está cavado en torno al lagar, porque en todas partes hay
quienes reciben el Espíritu» (S. Ireneo, Adversus
haereses 4, 36,2).
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