30º domingo del Tiempo ordinario – A .
2ª lectura
5c Bien
sabéis cómo nos hemos comportado entre vosotros para vuestro provecho.
6 Ciertamente
os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, acogiendo la palabra con el gozo
del Espíritu Santo, aun en medio de grandes tribulaciones; 7 hasta
el punto de que os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de
Macedonia y de Acaya. 8 Porque a partir de vosotros se ha difundido
la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y en Acaya, sino que por todas
partes se ha propagado vuestra fe en Dios, de modo que nosotros no tenemos
necesidad de decir nada. 9 Ellos mismos cuentan qué acogida nos
dispensasteis y cómo os convertisteis a Dios abandonando los ídolos, para
servir al Dios vivo y verdadero 10 y esperar a su Hijo desde los
cielos —a quien resucitó de entre los muertos—, a Jesús, que nos libra de la
ira venidera.
En Tesalónica desarrollaba una gran actividad comercial, y la ciudad constituía
un importante nudo de comunicaciones e influencias en todo Grecia. Entre los
cristianos de esta ciudad se contaban personas importantes, e incluso mujeres
de la nobleza (cfr Act 17,4). La categoría humana de los convertidos y el
prestigio de esta ciudad en su entorno geográfico, explican en parte la rapidez
con la que desde ella se extendió la doctrina cristiana.
La evangelización realizada por San Pablo constituye un modelo de
proclamación del mensaje cristiano en todo tiempo y lugar. Como el Apóstol
reproducía en su vida la vida de Cristo (1 Co 11,1) para conducir a otros a la
fe (v. 6), el cristiano debe comportarse de tal manera, que los demás vean en
él a Cristo «como en un espejo: Si el espejo es como debe ser, recogerá el
semblante amabilísimo de nuestro Salvador sin desfigurarlo, sin caricaturas: y
los demás tendrán la posibilidad de admirarlo, de seguirlo» (S. Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, n. 299).
El versículo 10 probablemente constituye una fórmula acuñada por la
predicación oral, y tal vez una profesión de fe de la liturgia primitiva. La “ira
venidera” es una metáfora que indica el justo castigo de los pecadores. Nuestro
Señor Jesucristo librará de él a quienes de modo habitual se han esforzado por
vivir en estado de gracia y amistad con Dios. Como advertía Santa Teresa, «será
gran cosa a la hora de la muerte saber que vamos a ser juzgadas de quien hemos
amado sobre todas las cosas. Seguras podemos ir con el pleito de nuestras
deudas. No será ir a tierra extraña sino propia; pues es la de quien tanto
amamos y nos ama» (Camino de perfección,
cap. 70,3).
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