29º domingo del Tiempo ordinario – A .
2ª lectura
1 Pablo,
Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el
Señor Jesucristo: la gracia y la paz estén con vosotros.
2 Damos
continuamente gracias a Dios por todos vosotros, teniéndoos presentes en
nuestras oraciones. 3 Sin cesar recordamos ante nuestro Dios y Padre
vuestra fe operativa, vuestra caridad esforzada y vuestra constante esperanza
en nuestro Señor Jesucristo.
4 Sabemos,
hermanos amados por Dios, que habéis sido elegidos; 5 porque nuestro
evangelio no se os predicó sólo con palabras, sino con poder, con el Espíritu
Santo y con plena convicción.
Ésta es la carta más antigua (año 51-52) que se conserva de San Pablo.
Tras saludar a la comunidad que él mismo había fundado, agradece a Dios el
fruto de la evangelización y la fidelidad de aquellos cristianos (1,2-3,13).
Más adelante, movido, al parecer, por el dolor de los fieles de Tesalónica ante
la muerte de seres queridos, les exhorta a llevar una vida santa en la
esperanza de la segunda venida de Cristo (4,1-5,24).
El encabezamiento se ajusta al modelo habitual de la época:
consignación del autor, mención de los destinatarios, y palabras de saludo. El
tono es entrañable, pero no es el de una simple carta de familia, sino el de un
escrito autorizado en el que, según las normas legales (cfr Dt 17,6), dos
testigos avalan su contenido. La palabra griega ekklesía significa «asamblea, reunión del pueblo», y fue empleada
desde la época apostólica para designar a la Iglesia , el nuevo pueblo de Dios. De este
versículo parte Santo Tomás para definir la Iglesia como «la congregación de los fieles
realizada en Dios Padre y en el Señor Jesucristo, por la fe en la Trinidad y en la
divinidad y humanidad de Cristo» (Super 1
Thessalonicenses, ad loc.).
San Pablo reconoce con alegría la eficacia de la gracia divina en los
tesalonicenses. Las virtudes teologales (v. 3) no han arraigado en ellos por
sus méritos personales, sino porque han sido «amados» y «elegidos» de Dios (v.
4). Además, el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización (v.
5), ya que transforma interiormente a quienes acogen con sencillez la palabra
de Dios: «La fuerza del espíritu purifica a quienes se unen al Espíritu con
pensamiento sincero, y tienen una fe en toda plenitud, sin mancha alguna en la
conciencia» (S. Gregorio de Nisa, De
instituto christiano).
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