27º domingo del Tiempo ordinario – A .
2ª lectura
6 No
os preocupéis por nada; al contrario: en toda oración y súplica, presentad a
Dios vuestras peticiones con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios
que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.
8 Por
lo demás, hermanos, cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de
íntegro, de amable y de encomiable; todo lo que sea virtuoso y digno de
alabanza, tenedlo en estima. 9 Lo que aprendisteis y recibisteis, lo
que oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra; y el Dios de la paz estará con
vosotros.
En el versículo anterior el Apóstol había recordado a los Filipenses
que «el Señor está cerca» (Flp 4,5). Recuerda la proximidad del Señor para
fomentar la alegría y animar a la mutua comprensión. Estas palabras les
traerían sin duda el recuerdo de la exclamación Marana tha («Señor, ven») que repetían con frecuencia en las
celebraciones litúrgicas (cfr 1 Co 16,21-24).
Frente al ambiente adverso que pudieran encontrar, los primeros
cristianos ponían su esperanza en la venida del Salvador, Jesucristo. Nosotros,
como ellos, tenemos la certeza de que, mientras aguardamos su venida gloriosa,
el Señor también está siempre cerca con su providencia. No hay, por tanto,
motivos de inquietud. Sólo espera que le hablemos de nuestra situación con
confianza, en oración, con la sencillez de un hijo. La oración se convierte así
en un medio eficaz para no perder la paz, pues, como enseña San Bernardo,
«regula los afectos, dirige los actos, corrige las faltas, compone las
costumbres, hermosea y ordena la vida; confiere, en fin, tanto la ciencia de
las cosas divinas como de las humanas (...). Ella ordena lo que debe hacerse y
reflexiona sobre lo hecho, de suerte que nada se encuentre en el corazón
desarreglado o falto de corrección» (De
consideratione 1,7).
Por lo demás, San Pablo enseña que todas las realidades terrenas y las
cosas nobles de este mundo tienen un valor divino, son buenas, y le sirven al
cristiano para acercarse a Dios (v. 8). «Allí donde están vuestros hermanos los
hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros
amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo» (S.
Josemaría Escrivá, Conversaciones, n.
113).
Comentarios