31º domingo del Tiempo ordinario – A .
1ª lectura
14b¡Porque
Yo soy el Gran Rey —dice el Señor de los ejércitos—, y mi Nombre es respetado
en las naciones!
1 Ahora, para vosotros,
sacerdotes, es este mandato:
2 Si no escucháis y no
tomáis a pecho el dar gloria a mi Nombre —dice el Señor de los ejércitos—,
enviaré contra vosotros la maldición y maldeciré vuestras bendiciones.
8 Vosotros,
sin embargo, os apartasteis del camino,
hicisteis tropezar a muchos con
vuestra enseñanza,
quebrantasteis la alianza con Leví
—dice el Señor de los ejércitos—.
9 Por
eso os he hecho despreciables
y abyectos para todos los pueblos,
ya que nadie de vosotros guardó mis caminos
e hicisteis acepción de personas ante la Ley.
10
¿No tenemos todos nosotros un solo padre? ¿No nos ha creado un único Dios? ¿Por
qué, entonces, nos traicionamos unos a otros, profanando la alianza de nuestros
padres?
El profeta reprocha a los sacerdotes del Templo que no honren al Señor
(2,1; cfr 1,6) y que conduzcan a muchos a tropezar «con vuestra enseñanza»
(2,8), o bien «con la Ley »
—que de las dos maneras puede ser interpretado el texto— y, además, que hagan
acepción de personas (2,9); en definitiva, corrompen la alianza que el Señor
hizo con Leví (2,4-5; cfr Dt 18,1-8; 33,8-11).
Para que su ministerio sea eficaz (2,2-3), el profeta exhorta a los
sacerdotes a vivir las virtudes que descubre en Leví: el temor de Dios, la
humildad, y la veracidad en el hablar (2,5-6). Este último aspecto se subraya
especialmente: el sacerdote no habla por sí mismo, es mensajero, mal’ak, del Señor, y sus palabras deben
ser sabiduría de la Ley
(2,7).
El Concilio Vaticano II evoca este texto, cuando recuerda la misión de
predicar encomendada a los sacerdotes: «El Pueblo de Dios se reúne, sobre todo,
por la palabra de Dios vivo, la cual es muy lícito buscarla en la boca del
sacerdote. Nadie puede salvarse si antes no ha tenido fe. Por eso los
presbíteros, como colaboradores de los obispos, tienen como primer deber el
anunciar a todos el Evangelio de Dios. Así, cumpliendo el mandato de Cristo
(...) construyen y acrecientan el Pueblo de Dios» (Presbyterorum ordinis, n. 4).
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