29º domingo del Tiempo ordinario – A .
1ª lectura
1 Así dice el Señor a su
ungido, a Ciro,
a quien he tomado por su diestra,
para someter ante él las naciones
y desatar las cinturas de los reyes,
para abrir ante él las puertas,
y que no se cierren las puertas de las
ciudades.
4 En favor de mi siervo
Jacob
y de Israel, mi elegido,
te he llamado por tu nombre,
te he dado una alcurnia, aunque tú no
me conozcas.
5 Yo soy el Señor, y no
hay ningún otro,
fuera de mí no hay dios.
Yo te he ceñido, aunque tú no me
conozcas,
6 para que sepan, desde
la salida del sol hasta el ocaso,
que no hay otro fuera de mí:
Yo soy el Señor, y no hay ningún otro.
Se inicia aquí un discurso poético que es un mensaje de ánimo a los
exiliados en Babilonia con el anuncio de un libertador, Ciro el Persa, que
ejecutará la voluntad salvífica de Dios con Israel sirviéndole como
instrumento. La mención solemne y precisa de Ciro, un rey extranjero, es una
ventana abierta a la mirada universalista del plan divino de salvación, que
choca con el horizonte del pueblo, inclinado a un nacionalismo exclusivista. El
vaticinio se puede considerar como un oráculo de investidura que quizá nunca
escuchó Ciro, pero transmitió confianza a los deportados. Santo Tomás comenta:
«Después de haberles confortado en la firme esperanza de las divinas promesas
(caps. 40-44), empieza ahora a enumerarlas para su consolación: primero promete
la liberación de los males (caps. 45-55) y luego la salvación en los bienes
(caps. 56-66) (Expositio super Isaiam
59).
Sorprende que se otorgue a Ciro el título de «ungido», reservado a los
reyes de Israel, pues se trata de un extranjero que no conocía al Dios del
pueblo elegido. Por si fuera poco, se dice que la misión y los éxitos del
conquistador persa son debidos a una especial providencia de Dios, que lo ha
designado para liberar a Israel de la opresión de los otros pueblos (vv. 1-5).
Este mensaje debió de suscitar estupor en los oyentes. A la vuelta de los
siglos, no deja de reclamar nuestra atención sobre los designios de Dios, que a
veces se vale de situaciones históricas que pueden parecernos paradójicas.
La expresión «desatar las cinturas de los reyes» (v. 1) equivale a
desarmarlos, pues es de la cintura de donde cuelga la espada.
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