Ir al contenido principal

Ciro el persa, y la voluntad salvífica de Dios (Is 45,1.4-6)

29º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
1 Así dice el Señor a su ungido, a Ciro,
a quien he tomado por su diestra,
para someter ante él las naciones
y desatar las cinturas de los reyes,
para abrir ante él las puertas,
y que no se cierren las puertas de las ciudades.
4 En favor de mi siervo Jacob
y de Israel, mi elegido,
te he llamado por tu nombre,
te he dado una alcurnia, aunque tú no me conozcas.
5 Yo soy el Señor, y no hay ningún otro,
fuera de mí no hay dios.
Yo te he ceñido, aunque tú no me conozcas,
6 para que sepan, desde la salida del sol hasta el ocaso,
que no hay otro fuera de mí:
Yo soy el Señor, y no hay ningún otro.
Se inicia aquí un discurso poético que es un mensaje de ánimo a los exiliados en Babilonia con el anuncio de un libertador, Ciro el Persa, que ejecutará la voluntad salvífica de Dios con Israel sirviéndole como instrumento. La mención solemne y precisa de Ciro, un rey extranjero, es una ventana abierta a la mirada universalista del plan divino de salvación, que choca con el horizonte del pueblo, inclinado a un nacionalismo exclusivista. El vaticinio se puede considerar como un oráculo de investidura que quizá nunca escuchó Ciro, pero transmitió confianza a los deportados. Santo Tomás comenta: «Después de haberles confortado en la firme esperanza de las divinas promesas (caps. 40-44), empieza ahora a enumerarlas para su consolación: primero promete la liberación de los males (caps. 45-55) y luego la salvación en los bienes (caps. 56-66) (Expositio super Isaiam 59).
Sorprende que se otorgue a Ciro el título de «ungido», reservado a los reyes de Israel, pues se trata de un extranjero que no conocía al Dios del pueblo elegido. Por si fuera poco, se dice que la misión y los éxitos del conquistador persa son debidos a una especial providencia de Dios, que lo ha designado para liberar a Israel de la opresión de los otros pueblos (vv. 1-5). Este mensaje debió de suscitar estupor en los oyentes. A la vuelta de los siglos, no deja de reclamar nuestra atención sobre los designios de Dios, que a veces se vale de situaciones históricas que pueden parecernos paradójicas.
La expresión «desatar las cinturas de los reyes» (v. 1) equivale a desarmarlos, pues es de la cintura de donde cuelga la espada.

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

La vid y los sarmientos (Jn 15,1-8)

5º domingo de Pascua – B. Evangelio 1 Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. 2 Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. 3 Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. 4 Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. 8 En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos. Comentario a Juan 15,1-8 La imagen de la vid era empleada ya en el Antiguo Testamento para significar al pueblo de Israel (Sal 8

Habla Señor, que tu siervo escucha (1 S 3,3b-10.19)

2º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 3b  Samuel estaba acostado en el Santuario del Señor donde estaba el arca de Dios. 4 Entonces el Señor le llamó: —¡Samuel, Samuel! Él respondió: —Aquí estoy. 5 Y corrió hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le respondió: —No te he llamado. Vuelve a acostarte. Y fue a acostarse. 6 El Señor lo llamó de nuevo: —¡Samuel! Se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí contestó: —No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte 7 —Samuel todavía no reconocía al Señor, pues aún no se le había revelado la palabra del Señor. 8 Volvió a llamar el Señor por tercera vez a Samuel. Él se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: —Vuelve a acostarte y si te llaman dirás: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Samuel se fue y se acostó en su aposento. 10 Vino el Señor, se

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca