13º
domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio
37 Quien ama a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no
es digno de mí. 38 Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de
mí. 39 Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí
su vida, la encontrará.
40 Quien
a vosotros os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. 41
Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta,
y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. 42 Y
cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos
pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin
recompensa.
En el pasaje
anterior se presentaba a Jesús como signo de contradicción (vv. 34-35), y ahora
queda claro que el discípulo tiene que contar con ello. Por eso, en su conducta
cristiana se le piden dos cosas: radicalidad, esto es, exigencias en el
seguimiento (vv. 37-39), e identificación con el maestro (vv. 40-42).
Mucha gente sigue
a Jesús, pero el Señor les explica que seguirle verdaderamente es algo más que
el mero sentirse atraído por su doctrina: «La doctrina que el Hijo de Dios vino
a enseñar fue el menosprecio de todas las cosas, para poder recibir el precio
del espíritu de Dios en sí; porque, en tanto que de ellas no se deshiciere el
alma, no tiene capacidad para recibir el espíritu de Dios en pura
transformación» (S. Juan de la Cruz, Subida
al Monte Carmelo 1,5,2).
Las palabras del
v. 37 pueden parecer duras: hay que entenderlas dentro del conjunto de las
exigencias del Señor y del lenguaje bíblico que reproducen. En diversos textos
del Antiguo Testamento, «amar y odiar» indican preferencia, y, sobre todo,
elección. Así, por ejemplo, se dice que Jacob amaba a Raquel y aborrecía a Lía
(Gn 29,28-30), o que el Señor amó a Jacob y odió a Esaú (Ml 1,2-3; Rm 9,13; cfr
Lc 16,13), para significar que Raquel era la elegida por Jacob, o Jacob el
elegido por Dios. Por eso, las palabras de Jesús deben entenderse como una
preferencia y como una elección decisiva: ser discípulo de Jesús es tomar
partido por Dios, sin componendas. En ese sentido, se ha entendido en la
Tradición de la Iglesia: «Debemos tener caridad con todos, con los parientes y
con los extraños, pero sin apartarnos del amor de Dios por el amor de ellos»
(S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia
37,3). En términos semejantes lo enseña la doctrina cristiana cuando dice que
los cristianos «se esfuerzan por agradar a Dios antes que a los hombres,
dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo» (Conc. Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n. 4).
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