12
Por tanto, así como por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y
a través del pecado la muerte, y de esta forma la muerte llegó a todos los
hombres, porque todos pecaron... 13 Pues, hasta la Ley, había pecado
en el mundo, pero no se puede acusar de pecado cuando no existe ley; 14
con todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre aquellos que
no cometieron una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que
había de venir.
15
Pero el don no es como la caída; porque si por la caída de uno solo murieron
todos, cuánto más la gracia de Dios y el don que se da en la gracia de un solo
hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos.
San Pablo enseña lo que ha sido
cumplido por medio de Cristo con los descendientes de Adán. Gracia y vida se
contrastan con pecado y muerte. A diferencia de la transgresión de Adán, que
llevó a todos a la condenación, la obediencia y justicia de Cristo conduce a todos
a la justificación y a la vida.
Dos enseñanzas sobresalen en el pasaje:
a) el pecado de Adán y sus consecuencias, entre ellas, la muerte, que afecta a todos
los hombres (vv. 12-14); b) el contraste entre los efectos del pecado original
y los frutos de la Redención de Cristo (v. 15)
Este pasaje es básico para la teología
cristiana del pecado original. San Pablo nos revela que, a la luz de la muerte
y resurrección de Cristo, podemos conocer que todos estamos implicados en el
pecado de Adán, «que se trasmite, juntamente con la naturaleza humana, por
propagación, no por imitación y que se halla como propio en cada uno» (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 419). Así como el pecado entró en el mundo por
obra de quien representaba a toda la humanidad, así también la justicia nos
llega a todos por un solo hombre, por el «nuevo Adán», Jesucristo, «el
primogénito de toda criatura», «cabeza del cuerpo, que es la Iglesia» (Col
1,15.18). Cristo, por su obediencia a la voluntad del Padre, se contrapone a la
desobediencia de Adán, devolviéndonos con creces la felicidad y la vida eterna
que habíamos perdido. Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm
5,20).
La existencia del pecado original es verdad
de fe. El Papa Pablo VI lo volvió a proclamar: «Creemos que todos pecaron en
Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la
naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que
padeciese las consecuencias de aquella culpa (...). Así pues, esta naturaleza
humana, caída de esta manera, destituida del don de gracia del que antes estaba
adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la
muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre
nace en pecado» (Credo del Pueblo de Dios, n. 16).
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