13º
domingo del Tiempo ordinario – A . 2ª lectura
3 ¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo
Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? 4 Pues
fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su
muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.
8 Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él, 9 porque sabemos que Cristo, resucitado
de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre
él. 10 Porque lo que murió, murió de una vez para siempre
al pecado; pero lo que vive, vive para Dios. 11 De la
misma manera, también vosotros debéis consideraros muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús.
Por el Bautismo la gracia de Cristo
llega a cada uno y nos libra del dominio del pecado. En nosotros se reproduce
entonces no sólo la pasión, muerte y sepultura de Cristo, representadas por la
inmersión en el agua (vv. 3-4.6), sino también la nueva vida, la vida de la
gracia, que se infunde en el alma como participación de la resurrección de
Cristo (vv. 4-5).
A partir de esta enseñanza paulina, los
Padres desarrollaron la significación del sacramento del Bautismo cristiano y
los efectos espirituales que produce. «El Señor —recuerda San Ambrosio a los
recién bautizados—, que quiere que sus beneficios permanezcan, que los planes
insidiosos de la serpiente sean disueltos y que sea eliminado al mismo tiempo
aquello que resultó dañado, dictó una sentencia contra los hombres: Tierra
eres y a la tierra has de volver (Gn 3,19), e hizo al hombre sujeto de
la muerte (...). Pero le fue dado el remedio: el hombre moriría y resucitaría
(...). ¿Me preguntas cómo? (...). Fue instituido un rito por el que el hombre
muriera estando vivo y resucitara también estando vivo» (De Sacramentis 2,6).
Y San Juan Crisóstomo explica: «El Bautismo es para nosotros lo que la cruz y
la sepultura fueron para Cristo; pero hay una diferencia: el Salvador murió en
su carne, fue sepultado en su carne, mientras que nosotros debemos morir
espiritualmente. Por eso el Apóstol no dice que nosotros somos “injertados en
él con su muerte”; sino con la semejanza de su muerte» (In
Romanos 10). Además, así como el injerto y la planta forman una unidad
de vida, los cristianos, injertados, incorporados a Cristo por el Bautismo,
formamos una unidad con Él y participamos ya ahora de su vida divina.
Por su parte, el Catecismo
de la Iglesia Católica, al exponer la doctrina sobre el Bautismo,
enseña: «Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón
del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en
griego) significa “sumergir”, “introducir dentro del agua”; la “inmersión” en
el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de
donde sale por la resurrección con Él (cfr Rm 6,3-4; Col 2,12) como “nueva
criatura” (2 Co 5,17; Ga 6,15)» (n. 1214).
El modo ordinario actual de este
sacramento, derramando agua sobre la cabeza (bautismo por infusión), se usaba
ya en los tiempos apostólicos y se generalizó frente al bautismo por inmersión
por obvias razones prácticas.
En los
vv. 9-10, acentúa San Pablo su enseñanza: con la muerte de Cristo en la cruz y
con su resurrección quedó roto el lazo de la muerte, tanto para Cristo como
para todos los suyos. Resucitado y glorioso, ha alcanzado el triunfo: ha ganado
para su Humanidad y para nosotros una nueva vida. En los que hemos sido
bautizados se reproducen de alguna manera esos mismos acontecimientos de la
vida de Cristo.
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