13º
domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
8Un
día Eliseo pasaba por Sunem, y vivía allí una mujer importante que le porfiaba
para que se quedara a comer. Desde aquel día, cuando pasaba se quedaba allí a
comer.
9Dijo
la mujer a su marido:
—Mira,
sé que el que pasa siempre junto a nosotros es un hombre de Dios, un santo. 10Por
favor, hagamos una pequeña habitación en la parte de arriba y pongamos allí una
cama, una mesa, una silla y un candelabro, y así, cuando venga a nosotros, se
instalará ahí.
11Un
día llegó allí Eliseo, se instaló en la habitación y se acostó.
14Eliseo
preguntó:
—¿Qué
hacer, pues, por ella?
Respondió
Guejazí:
—No
tiene hijos y su marido es anciano.
15Dijo
Eliseo:
—Llámala.
La
llamó de nuevo y ella se detuvo en la puerta. 16Él le dijo:
—El
año próximo, por este tiempo, tú abrazarás un hijo.
Eliseo aparece como
un profeta itinerante que sólo va acompañado por su criado y que tiene su punto
de referencia en el Carmelo: son rasgos que le asemejan a Elías. La historia
que recoge aquí el texto sagrado muestra que Dios bendice con el don de la
maternidad, por la intervención del profeta, a aquella mujer sin hijos.
San Juan
Crisóstomo cita este pasaje para mostrar que el verdadero amor lleva a
preocuparse también del bienestar material de los demás: «Así Eliseo no sólo
ayudaba espiritualmente a la mujer que lo había acogido sino que intentaba
recompensarla desde un punto de vista material» (S. Juan Crisóstomo, De laudibus Sancti Pauli Apostoli 3,7).
Este relato sobre
Eliseo pone de relieve la recompensa que recibe quien acoge a un profeta por
ser profeta; es un preludio de la recompensa que Jesucristo anuncia que
merecerá quien reciba a un apóstol por ser apóstol (cfr Mt 10,13-14).
De este pasaje se
deduce ante todo, como de 1 R 17,20, el poder de la oración del profeta y de
toda oración a Dios hecha con fe. Pero también aprendemos aquí que cuando Dios
concede un don, por sorprendente o inesperado que sea —como el hijo a aquella
mujer— da también la gracia para conservarlo y hacerlo fructificar. El Señor no
nos deja abandonados después de habernos otorgado beneficios tales como las
propias capacidades personales o la vocación misma, aunque no lo hubiéramos
pedido antes.
Comentarios