12º
domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio
26 No les tengáis miedo, porque nada hay
oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. 27
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que
escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. 28 No tengáis
miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo
al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. 29 ¿No se
vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en
tierra sin que lo permita vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros,
hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. 31 Por
tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
32 »A todo el que me confiese delante de
los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los
cielos. 33 Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo
le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
Se recopilan aquí
un conjunto de instrucciones y advertencias sobre el modo de llevar a cabo la
propagación del Evangelio: son como un protocolo de la misión. Se refieren no
sólo a los Apóstoles, sino a todos los discípulos de Cristo que en el desempeño
de su tarea habrán de sufrir contradicciones y persecuciones como Él mismo las
padeció, pues «no está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por
encima de su señor» (Mt 10,24).
Estas exhortaciones
pueden condensarse en pocas palabras: «No les tengáis miedo» (v. 26). Jesús
invita a la confianza en la paternal providencia de Dios, de la que habló
extensamente en el Discurso de la Montaña (cfr 6,19-34). Ahora lo hace en el
contexto de las persecuciones que esperan a sus discípulos, pero a las que no
debemos temer. «Si los pajarillos, que son de tan bajo precio, no dejan de
estar bajo providencia y cuidado de Dios, ¿cómo vosotros, que por la naturaleza
de vuestra alma sois eternos, podréis temer que no os mire con particular
cuidado Aquél a quien respetáis como a vuestro Padre?» (S. Jerónimo, en Catena aurea, ad loc.). Pero esta providencia está en el marco de una misión:
hay que confesar a Cristo (v. 32) y hacerlo en voz alta (v. 27), para que su
verdad llegue hasta el último rincón del mundo: «La Iglesia ha nacido con el
fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para
gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora,
y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la
actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que
ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras» (Conc. Vaticano
II, Apostolicam actuositatem, n. 2).
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