Domingo 2º
Adviento – A. Evangelio
1 En aquellos días apareció Juan el Bautista
predicando en el desierto de Judea 2 y diciendo:
—Convertíos,
porque está al llegar el Reino de los Cielos.
3 Éste es aquel de quien habló el profeta Isaías
diciendo:
Voz del que
clama en el desierto:
«Preparad el
camino del Señor,
haced rectas
sus sendas».
4 Llevaba Juan una vestidura de pelo de camello con
un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre.
5 Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la
comarca del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán,
confesando sus pecados. 7 Al ver que venían a su bautismo muchos
fariseos y saduceos, les dijo:
—Raza de
víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que va a venir? 8 Dad,
por tanto, un fruto digno de penitencia, 9 y no os justifiquéis
interiormente pensando: «Tenemos por padre a Abrahán». Porque os aseguro que
Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. 10 Ya
está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que
no da buen fruto se corta y se arroja al fuego.
11 »Yo os bautizo con agua para la conversión, pero el
que viene después de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de
llevarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. 12
Él tiene en su mano el bieldo y limpiará su era, y recogerá su trigo en
el granero; en cambio, quemará la paja con un fuego que no se apaga.
Juan el
Bautista está en la línea de algunos profetas del Antiguo Testamento; de modo
especial, recuerda a Elías (cfr 2 R 1,8; 2,8-13ss.). La cita de Is 40,3 señala
cuál es la misión profética de Juan: primero, preparar al pueblo judío para
recibir el Reino de Dios; segundo, dar testimonio de que Jesús es el Mesías que
trae dicho Reino. En la enseñanza del Bautista (vv. 8-12), el evangelista
subraya sutilmente que el mensaje de Juan es idéntico al de Jesús: en la
inminencia de la venida del reino (v. 2; cfr 4,17), y en la denuncia de la
actitud de los fariseos y saduceos (v. 7; cfr 12,34; 23,33), que son como un árbol
estéril (v. 10; cfr 7,19). Éste es el primer ejemplo de la catequesis
cristiana, que trasmite la verdad que vino a enseñarnos Jesucristo.
El Bautista
proclama la inminente llegada del Reino de los Cielos (v. 1), que es una manera
de referirse al Reino de Dios. La fórmula «Reino de Dios» expresa la
intervención soberana y misericordiosa de Dios en la vida de su pueblo. El plan
primitivo de la creación fue quebrantado por la rebelión del pecado del hombre.
Para su restablecimiento fue necesaria una nueva intervención de Dios que se
realiza por la obra redentora de Jesucristo, Mesías e Hijo de Dios. Esta
intervención fue precedida por una serie de etapas preliminares que constituyen
la historia salvífica del Antiguo Testamento. Jesucristo hace presente el Reino
de Dios cuya inminencia anuncia Juan el Bautista. Pero Jesús instaura un Reino
de Dios de dimensión espiritual, sin los coloridos nacionalistas que los judíos
de su tiempo habían concebido. La salvación no está asegurada por ser
descendientes de Abrahán según la carne, sino que requiere una conversión
personal que se traduzca en obras de una vida santa de cara a Dios:
«Convertíos» (v. 2), «dad, por tanto, un fruto digno de penitencia» (v. 8), un
«buen fruto» (v. 10). La etapa nueva del reino de Dios que trae consigo la obra
redentora de Cristo exige un cambio radical en la conducta humana (cfr 9,17; Mc
2,22; Lc 5,37-39).
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