34º domingo
del Tiempo ordinario – Cristo Rey - C. 1ª lectura
35 El pueblo estaba mirando, y los jefes se burlaban
de él y decían:
—Ha salvado
a otros, que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido.
36 Los soldados se burlaban también de él; se
acercaban y ofreciéndole vinagre 37 decían:
—Si tú eres
el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
38 Encima de él había una inscripción: «Éste es el Rey
de los judíos».
39 Uno de los malhechores crucificados le injuriaba
diciendo:
—¿No eres tú
el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
40 Pero el otro le reprendía:
—¿Ni
siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? 41 Nosotros
estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho;
pero éste no ha hecho ningún mal.
42 Y decía:
—Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
43 Y le respondió:
—En verdad
te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
El episodio del «buen ladrón» es narrado sólo por
Lucas. Aquel hombre muestra los signos del arrepentimiento, reconoce la
inocencia de Jesús y hace un acto de fe en Él. Jesús, por su parte, le promete
el paraíso: «El Señor —comenta San Ambrosio— concede siempre más de lo que se
le pide: el ladrón sólo pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el
Paraíso. La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está
Jesucristo allí está su Reino» (Expositio
Evangelii secundum Lucam, ad loc.). El episodio también nos invita a
admirar los designios de la divina providencia, y la conjunción de la gracia y
la libertad humana. Ambos malhechores se encontraban en la misma situación. Uno
se endurece, se desespera y blasfema, mientras el otro se arrepiente, acude a
Cristo en oración confiada, y obtiene la promesa de su inmediata salvación:
«Entre los hombres, a la confesión sigue el castigo; ante Dios, en cambio, a la
confesión sigue la salvación» (S. Juan Crisóstomo, De Cruce et latrone).
La palabra «paraíso» (v. 43), de origen persa, se
encuentra en varios pasajes del Antiguo Testamento (Ct 4,13; Ne 2,8; Qo 2,5) y
del Nuevo (2 Co 12,4; Ap 2,7); en boca de Jesús es un modo de expresarle al
buen ladrón que le espera, a su propio lado y de modo inmediato, la felicidad:
«Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren
en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el
fuego del purgatorio, como las que son recibidas por Jesús en el Paraíso
enseguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón—, constituyen el
Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida por completo el día
de la Resurrección ,
en que estas almas se unirán con sus cuerpos» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 28).
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