Ir al contenido principal

No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio

5 Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo:
6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
7 Le preguntaron:
—Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder?
8 Él dijo:
—Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato.
10 Entonces les decía:
—Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: 13 esto os sucederá para dar testimonio. 14 Así pues, convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender; 15 porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. 16 Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, 17 y todos os odiarán a causa de mi nombre. 18 Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. 19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Comentario a Lucas 21,5-19

El discurso de Jesús viene provocado por la admiración de los discípulos ante la belleza del Templo «adornado con bellas piedras y ofrendas votivas» (v. 5). Herodes el Grande había emprendido en el año 20 a.C. la reconstrucción y ampliación del Templo, edificado tras el exilio de Babilonia (siglo VI a.C.). La obra se acabó el 64 d.C., es decir, poco antes de su destrucción por parte de Tito. La reconstrucción debía de estar muy avanzada en el momento en el que se produce este diálogo. Las proporciones colosales, la ornamentación armónica y la riqueza de los materiales empleados hacían del edificio el orgullo de cualquier judío de la época (cfr Flavio Josefo, De bello iudaico 184-237; Antiquitates iudaicae 15,11). De ahí las palabras admirativas de aquellos hombres y la respuesta sorprendente de Jesús.

Ante la pregunta de los discípulos (v. 7), Jesús anuncia la destrucción del Templo. Tal destrucción va a ir acompañada de la aparición de falsos mesías (v. 8), guerras y revoluciones (v. 9). Ante estos hechos el Señor les aconseja tener serenidad: «No os dejéis engañar» (v. 8), «no os aterréis» (v. 9). Además les anuncia que no son señales de que el fin sea inmediato (v. 9). Todavía tiene que llegar el «tiempo de los gentiles» que se predice más tarde (21,24).

A continuación (vv. 10-19), en continuidad con las guerras y revoluciones anunciadas antes, el Señor vaticina a los discípulos otros desastres (vv. 10-11), y las dificultades que van a tener que sufrir en la expansión del Reino de Dios: persecuciones, incomprensión, odio, etc. (vv. 12. 16.17). Dos notas presiden estas palabras de Jesús. En primer lugar, les promete la asistencia de Dios (vv. 14-15): las dificultades, por grandes que sean, no escapan a la providencia divina. Suceden porque Dios las permite, porque puede sacar de ellas bienes mayores. Las persecuciones serán ocasión de dar testimonio. Como dice una conocida frase de la primitiva apologética cristiana: sanguis martyrum semen christianorum, «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos» (Tertuliano, Apologeticum 50,13).

Además, el Señor promete una asistencia especial: dará su sabiduría para defenderse y hasta lo que pueda parecer una desgracia será el comienzo de la gloria. En segundo lugar, les asegura la victoria que nacerá de su paciencia perseverante (vv. 18-19). Las frases de Jesús son así una exhortación a la paciencia como parte integrante de la fortaleza: «Es pues necesaria una virtud que conserve el bien de la razón frente a la tristeza, para que la razón no sucumba ante ella. Tal es la función propia de la paciencia, que es, según San Agustín, “la que nos hace soportar los males con buen ánimo, es decir, sin decaer, no sea que soportándolos con impaciencia, perdamos los bienes que nos llevan a otros mayores”» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2,136,1). De ahí que, como afirman las palabras del Señor (v. 19), la paciencia nos salva, porque «el hombre posee su alma mediante la paciencia, en cuanto que arranca de raíz la turbación causada por las adversidades que quitan el sosiego del alma» (ibidem 2-2,136,2,2).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

La paciencia y consolación de las Escrituras (Rm 15,4-9)

Domingo 2º Adviento – A. Segunda lectura 4 Todas las cosas que ya están escritas fueron escritas para nuestra enseñanza, con el fin de que mantengamos la esperanza mediante la paciencia y la consolación de las Escrituras. 5 Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús , 6 para que unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. 7 Por esta razón acogeos unos a otros, como también Cristo os acogió a vosotros para gloria de Dios. 8 Digo, en efecto, que Cristo se hizo servidor de los que están circuncidados para mostrar la fidelidad de Dios, para ratificar las promesas hechas a los padres, 9 y para que los gentiles glorificaran a Dios por su misericordia, conforme está escrito: Por eso te alabaré a ti entre los gentiles, y cantaré en honor de tu nombre. Comentario a Romanos 15,4-9 Jesucristo murió para que todos «con un mismo sentir» (v. 5) diésemos gloria a Dios. Y aunque Crist...

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

La multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,1-15)

17º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio 1 Después de esto partió Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. 2 Le seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos. 3 Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. 4 Pronto iba a ser la Pascua, la fiesta de los judíos. 5 Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? 6 —lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. 7 Felipe le respondió: —Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco. 8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: 9 —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y do...