Domingo 1º
Adviento – A. Primera lectura
1 Mensaje que vio Isaías, hijo de Amós, acerca de
Judá y Jerusalén.
2 Sucederá en los últimos días
que el monte
del Templo del Señor se afirmará en la cumbre de los montes,
se alzará
sobre los collados,
y afluirán a
él todas las naciones.
3 Irán muchos pueblos y dirán:
«Venid,
subamos al monte del Señor,
al Templo
del Dios de Jacob.
Él nos
instruirá en sus caminos
y
marcharemos por sus senderos,
porque de
Sión saldrá la Ley ,
y de
Jerusalén la palabra del Señor».
4 Él juzgará entre las naciones,
y dictará
sentencia a muchos pueblos.
De sus
espadas forjarán azadas,
y de sus
lanzas, podaderas.
No alzará
espada nación contra nación,
ni se
adiestrarán más para la guerra.
5¡Casa de Jacob, venid,
caminemos a
la luz del Señor!
A pesar de los pecados del pueblo y de la
calamitosa situación de Judá que se está describiendo en la primera parte del
libro de Isaías, se abre ya desde el comienzo un resquicio a la esperanza con
esta visión de restauración mesiánica y escatológica, en la que se subraya la
centralidad universal de Sión, «el monte del Señor», es decir, Jerusalén.
Todos los pueblos acudirán entonces a la ciudad
santa no con ánimo belicoso para despojarla de sus riquezas, sino en son de
paz, para escuchar la palabra del Señor y ser instruidos en su Ley. Con esa
esperanza a la que se apunta ya desde el principio se culminará el libro (cfr
66,18-24), y queda así rubricado al comienzo y al final del escrito uno de los
mensajes más importantes que se contienen en él.
El poema (vv. 2-5), que con ligeras variantes
aparece también en el libro de Miqueas (4,1-3), pone en relación la Ley con el Templo, centro
espiritual de la Jerusalén
renovada tras el regreso del destierro de Babilonia.
En contraste con la violencia y desolación que
acompaña al pecado (cfr 1,2-9), la reverencia a Dios y el afán de vivir de
acuerdo con sus disposiciones, la práctica de la justicia y el amor al prójimo
conducen a la paz. La indumentaria bélica se transforma en aparejo de labranza
y desarrollo: «En la medida en que los hombre son pecadores —dice el Concilio
Vaticano II—, les amenaza, y les amenazará hasta la venida de Cristo, el
peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el
pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: “De
sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas, podaderas. Ninguna nación
levantará ya más la espada contra otra y no se adiestran más para el combate”
(Is 2,4)» (Gaudium et spes, n. 78).
Estas palabras de Isaías que anuncian la
intervención salvífica de Dios al final de los tiempos alcanzan su plenitud en
el nacimiento de Cristo. Con Él se inaugura una época de perfecta paz y
reconciliación. La Iglesia
utiliza este texto en la liturgia del primer domingo de Adviento, dirigiendo
nuestra atención hacia la espera de la segunda venida de Cristo, mientras se
prepara a recordar su primera venida en la Navidad.
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