29º domingo del Tiempo ordinario – C.
Evangelio
1 Les
proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2
diciendo:
—Había en una ciudad un juez que no
temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3 También había en aquella
ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: «Hazme justicia ante mi
adversario». 4 Y durante mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al
final se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 5
como esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga
viniendo a importunarme».
6 Concluyó
el Señor:
—Prestad atención a lo que dice el
juez injusto. 7 ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que
claman a Él día y noche, y les hará esperar? 8 Os aseguro que les
hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará
fe sobre la tierra?
La parábola contiene una enseñanza muy expresiva sobre la necesidad de
la perseverancia en la oración y sobre su eficacia. El v. 1 ha sido fuente de enseñanza
sobre la oración en toda la catequesis cristiana: «No nos ha sido prescrito
trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos
manda orar sin cesar» (Evagrio, Capita
practica ad Anatolium 49). Para eso es necesario vencer la pereza, levantar
los ojos a Dios en todas las circunstancias: «Que el hombre ore atentamente,
bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado
ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante
su alma a Dios» (S. Juan Crisóstomo, De
Anna 4,5). Pero sólo lo hará quien junte la oración con una vida cristiana
coherente: «Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así
podemos encontrar realizable el principio de la oración continua» (Orígenes, De oratione 12)». Cfr Catecismo de la Iglesia Católica,
nn. 2742-2745.
Al final, el Señor vincula también la eficacia de la oración a la fe
(v. 8): la oración se apoya en la fe, pero ésta, a su vez, crece cuando se
ejercita en la oración. «Te crecías ante las dificultades del apostolado,
orando así: “Señor, Tú eres el de siempre. Dame la fe de aquellos varones que
supieron corresponder a tu gracia y que obraron —en tu Nombre— grandes
milagros, verdaderos prodigios...” —Y concluías: “sé que los harás; pero,
también me consta que quieres que se te pidan, que quieres que te busquemos,
que llamemos fuertemente a las puertas de tu Corazón”. —Al final, renovaste tu
decisión de perseverar en la oración humilde y confiada» (S. Josemaría Escrivá,
Forja, n. 653).
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