31º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
Comentario a Deuteronomio 6,2-26
Nos encontramos ante un texto entrañable, de singular importancia para la fe y la vida del pueblo elegido.
El v. 4 constituye una clara y solemne profesión de monoteísmo, característica distintiva de Israel respecto de los pueblos vecinos de Oriente. La primera palabra hebrea de ese versículo —shemá («escucha»)— da nombre a la célebre oración recitada durante tantos siglos por los israelitas, y constituida sustancialmente por 6,4-9; 11,18-21 y Nm 15,37-41. Los judíos piadosos continúan rezándola en la actualidad, por la mañana y por la tarde. En la Iglesia Católica, los vv. 4-7 se recitan en las Completas después de las primeras Vísperas de domingos y solemnidades de la Liturgia de las Horas.
El punto culminante es el v. 5, que recuerda otros pasajes del Antiguo Testamento (Dt 10,12; Os 2,21-22; 6,6). El amor que Dios pide a Israel va precedido del amor de Dios por Israel (cfr Dt 5,32-33). Aquí se toca uno de los puntos centrales de la Revelación de Dios a los hombres, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: por encima de cualquier otra consideración, Dios es Amor (cfr, p.ej., 1 Jn 4,8.16).
Dios pide a Israel un amor completo (v.5). Pero ¿acaso el amor puede propiamente ser objeto de un mandamiento? Lo que Yahwéh reclama de Israel, y de cada uno de nosotros, no se reduce al ámbito de un sentimiento incontrolable por el hombre, sino que pertenece a la esfera de la voluntad. Es un afecto que puede y debe ser cultivado por la toma de conciencia, cada vez más profunda, de nuestra relación filial, como expresará más tarde el Nuevo Testamento en 1 Jn 4,10.19: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. (...) Nosotros amamos, porque Él nos amó primero». Por tanto, Dios puede propiamente promulgar el precepto del amor, según lo expresado en este versículo de Dt 6,5 y, más adelante, en 10,12-13.
«Con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (v. 5): La fórmula indica el carácter total que debe tener el amor a Dios. El Señor recordará estos versículos (4 y 5) —tan familiares para sus oyentes— al señalar el primero y fundamental de los mandamientos (cfr Mc 12,29-30).
«Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22,36), Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,37-40; cfr Dt 6,5; Lv 19,18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2055).
Las exhortaciones de los vv. 8-9 fueron interpretadas por los judíos en sentido literal. Ahí tienen su origen las filacterias y la mezuzah. Las filacterias eran unas pequeñas correas o cintas que se ataban a la frente y al brazo izquierdo, y que llevaban una cajita cada una, con distintos textos bíblicos: los dos del Dt de la shemá, más Ex 13,1-10.11-16; en la época del Señor los fariseos las llevaban más anchas para parecer más observantes de la Ley (cfr Mt 23,5). La mezuzah es una cajita, fijada en las jambas de las puertas, que contiene un pergamino o papel con los dos textos mencionados del Dt; los judíos la tocan con los dedos, que luego besan, al salir y al entrar en la casa.
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