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¡El Señor salva a su pueblo, al resto de Israel! (Jr 31,7-9)

30º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
7 Porque esto dice el Señor:
«Lanzad gritos de alegría por Jacob,
cantad himnos de gozo a la capital de las naciones.
Anunciad, alabad y pregonad:
“¡El Señor salva a su pueblo,
al resto de Israel!”
8 Mirad que los traigo de la tierra del norte,
de los confines de la tierra los reúno.
Con ellos vienen ciegos y cojos,
embarazadas y paridas juntas,
una enorme comunidad vuelve acá.
9 Vendrán con llantos,
los guiaré entre súplicas,
los conduciré a corrientes de agua,
por camino llano, sin tropiezo,
porque Yo soy padre para Israel,
y Efraím es mi primogénito.
Los oráculos contenidos en el capítulo 31 de Jeremías se centran en la promesa de que Israel volverá a revivir las experiencias de sus orígenes en el éxodo, cuando gozó del amor y la protección de Dios, padre y pastor, mientras peregrinaba por el desierto hasta encontrar el reposo en la tierra prometida.
El profeta anuncia de nuevo el feliz regreso de los deportados (vv. 2-3) y la restauración de Israel y de la ciudad santa, denominada con el nombre glorioso de Sión (vv. 4-6).
En el texto de este domingo, el pueblo volverá a la tierra emocionado ante la bondad de Dios (vv. 7-9). En los versículos siguientes se afirma que el señor seguirá bendiciéndolo en abundancia (vv. 10-14). El pasaje destaca los cuidados de Dios. Él se manifiesta como «padre para Israel» (v. 9) y «pastor a su rebaño» (v. 10), porque, en definitiva, es fiel a su amor (v. 3).
Aludiendo a este y otros pasajes de los libros proféticos en los que se expresa la piedad y misericordia de Dios, que es más fuerte que el pecado, Juan Pablo II hace notar que «es significativo que los Profetas, en su predicación, pongan la misericordia, a la que recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la imagen incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo (cfr p.e., Os 2,21-25 y 15; Is 54,6-8), y por esto perdona sus culpas e incluso sus infidelidades y traiciones. Cuando se ve frente a la penitencia, a la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo (cfr Jr 31,20; Ez 39,25-29). En la predicación de los Profetas, la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido. (...) Con el misterio de la creación está vinculado el misterio de la elección, que ha plasmado de manera especial la historia del pueblo, cuyo padre espiritual es Abrahán en virtud de su fe. Sin embargo, mediante este pueblo que camina a lo largo de la historia, tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, ese misterio de la elección se refiere a cada hombre, a toda gran familia humana: “Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor” (Jr 31,3)» (Dives in misericordia, n. 4).

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