30º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
Comentario a Hebreos 5,1-6
Cristo es Sumo Sacerdote, el Sumo Sacerdote que puede realmente liberarnos del pecado. Más aún, Cristo es el único Sacerdote perfecto, siendo los demás sacerdotes —los de las religiones naturales, los de la religión hebraica—, tan sólo prefiguraciones de Cristo. Jesucristo es verdadero sacerdote, porque fue escogido por Dios (vv. 5-6; cfr Ex 6,20; 7,1-2; 28,1-5; etc.), como lo fue Aarón, pero no según el «orden» del sacerdocio levítico, al que perteneció Aarón, sino según un orden superior a éste, el orden de Melquisedec (cfr 5,11-14; 7,1-28). «Orden» se entiende aquí en el sentido que entre los romanos se daba a un determinado rango en el ejército o a las corporaciones o cuerpos constituidos civilmente. Esta palabra se empleaba sobre todo para referirse al cuerpo de los que gobernaban. Este uso ha pasado a la Iglesia, en la expresión «Sacramento del Orden».
Las palabras del v. 1 constituyen una definición, breve y exacta, de lo que es todo sacerdote. «El oficio propio del sacerdote es el de ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que, por un lado, entrega al pueblo las cosas divinas, de donde le viene el nombre de “sacerdote”, esto es, “el que da las cosas sagradas”; (...) y, por otro, ofrece a Dios las oraciones del pueblo, e igualmente satisface a Dios por los pecados de ese mismo pueblo» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,22,1).
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