31º
domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
23 Y si aquéllos eran constituidos
sacerdotes en gran número, porque la muerte les impedía permanecer, 24 éste,
al contrario, como vive para siempre, posee un sacerdocio perpetuo. 25 Por
eso puede también salvar perfectamente a los que se acercan a Dios a través de
él, ya que vive siempre para interceder por nosotros.
26 Nos convenía, en efecto, que el Sumo
Sacerdote fuera santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y
encumbrado por encima de los cielos; 27 que no tiene necesidad de
ofrecer todos los días, como aquellos sumos sacerdotes, primero unas víctimas
por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo de una
vez para siempre cuando se ofreció él mismo. 28 Pues la Ley constituye sumos
sacerdotes a unos hombres con debilidades, mientras que la palabra del
juramento, que sucede a la Ley ,
hace al Hijo perfecto para siempre.
Como Cristo tiene el sacerdocio de
Melquisedec conforme al juramento de Sal 110,4, su sacerdocio es eterno y, por
tanto, perpetuo y único. Cristo es el único verdadero y Sumo Sacerdote:
mientras que antes hubo muchos sumos sacerdotes levíticos a los que «la muerte
les impedía permanecer» (v. 23), Jesucristo continúa intercediendo por nosotros
para siempre (v. 25), lo que le hace superior a todo sacerdocio.
Al final se resume y completa lo
dicho. La santidad de Cristo y el ofrecimiento de Sí mismo hicieron eficaz su
sacrificio de una vez por todas (vv. 26-27). El juramento —la nueva y
definitiva Palabra de Dios que ha sustituido a la antigua Ley— ha constituido
Sumo Sacerdote al Hijo, que es «perfecto para siempre» (v. 28). Cristo, por
decirlo de algún modo, sigue ofreciendo al Padre el sacrificio de su paciencia,
de su humildad, de su obediencia y de su amor. Por esto siempre podemos
acercarnos a Él para encontrar salvación: «Por Cristo y en el Espíritu Santo,
el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino
buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y
prepara» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo
que pasa, n. 116).
El sacerdocio único de Cristo se
prolonga en el sacerdocio ministerial cristiano. «El sacrificio redentor de
Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el
sacrificio eucarístico de la
Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de
Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se
quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo» (Catecismo de la
Iglesia Católica , n. 1545).
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