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No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...

Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hb 7,23-28)

31º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura

23 Y si aquéllos eran constituidos sacerdotes en gran número, porque la muerte les impedía permanecer, 24 éste, al contrario, como vive para siempre, posee un sacerdocio perpetuo. 25 Por eso puede también salvar perfectamente a los que se acercan a Dios a través de él, ya que vive siempre para interceder por nosotros.
26 Nos convenía, en efecto, que el Sumo Sacerdote fuera santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos; 27 que no tiene necesidad de ofrecer todos los días, como aquellos sumos sacerdotes, primero unas víctimas por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre cuando se ofreció él mismo. 28 Pues la Ley constituye sumos sacerdotes a unos hombres con debilidades, mientras que la palabra del juramento, que sucede a la Ley, hace al Hijo perfecto para siempre.

Comentario a Hebreos 7,23-28

Como Cristo tiene el sacerdocio de Melquisedec conforme al juramento de Sal 110,4, su sacerdocio es eterno y, por tanto, perpetuo y único. Cristo es el único verdadero y Sumo Sacerdote: mientras que antes hubo muchos sumos sacerdotes levíticos a los que «la muerte les impedía permanecer» (v. 23), Jesucristo continúa intercediendo por nosotros para siempre (v. 25), lo que le hace superior a todo sacerdocio.

Al final se resume y completa lo dicho. La santidad de Cristo y el ofrecimiento de Sí mismo hicieron eficaz su sacrificio de una vez por todas (vv. 26-27). El juramento —la nueva y definitiva Palabra de Dios que ha sustituido a la antigua Ley— ha constituido Sumo Sacerdote al Hijo, que es «perfecto para siempre» (v. 28). Cristo, por decirlo de algún modo, sigue ofreciendo al Padre el sacrificio de su paciencia, de su humildad, de su obediencia y de su amor. Por esto siempre podemos acercarnos a Él para encontrar salvación: «Por Cristo y en el Espíritu Santo, el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y prepara» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 116).

El sacerdocio único de Cristo se prolonga en el sacerdocio ministe­rial cristiano. «El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdo­cio de Cristo: se hace presente por el sacer­docio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdo­cio de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1545).

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33º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 7 Vosotros sabéis bien cómo debéis imitarnos, porque entre vosotros no estuvimos ociosos; 8 y no comimos gratis el pan de nadie, sino que trabajamos día y noche con esfuerzo y fatiga, para no ser gravosos a ninguno. 9 No porque no tuviéramos derecho, sino para mostrarnos ante vosotros como modelo que imitar. 10 Pues también cuando estábamos con vosotros os dábamos esta norma: «Si alguno no quiere trabajar, que no coma». 11 Pues oímos que hay algunos que andan ociosos entre vosotros sin hacer nada pero curioseándolo todo. 12 A esos les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a que coman su propio pan trabajando con serenidad. Comentario a 2 Tesalonicenses 3,7-12 Pensando equivocadamente en la inminencia de la Parusía, había en Te­salónica algunos que no trabajaban . Por eso, el recuerdo del trabajo abnegado de San Pablo , para ganarse allí el sustento y no resultar gravoso a nadie, debía ser estímulo para los tesalonicenses ....