29º domingo del Tiempo ordinario – B.
1ª lectura
10
Dispuso el Señor quebrantarlo con dolencias.
Puesto que dio su vida en expiación,
verá descendencia, alargará los días,
y, por su mano, el designio del Señor prosperará.
11
Por el esfuerzo de su alma
verá la luz, se saciará de su conocimiento.
El justo, mi siervo, justificará a muchos
y cargará con sus culpas.
Estos dos versículos forman parte del
cuarto canto del Siervo, uno de los textos más comentados de la Biblia , tanto en lo que se
refiere a su estructura literaria como a su contenido.
En su estructura, el canto interrumpe
el estilo hímnico del cap. 52, que continúa en el cap. 54, con un estilo más
reflexivo sobre el valor del sufrimiento. En su contenido, el canto es
sorprendente al presentar el triunfo y exaltación del siervo a través de su
humillación, abandono y padecimiento. Más aún, el siervo toma como propias las
enfermedades, dolores y hasta los pecados de los demás para librarlos y
sanarlos. Hasta entonces esta «expiación vicaria» era desconocida en la
tradición bíblica. El pasaje resulta muy original hasta en el vocabulario,
puesto que contiene cuarenta términos que no aparecen en otros lugares de la Biblia.
El poema, construido con esmero, está
dividido en tres estrofas: la primera (52,13-15) está puesta en labios del
Señor y constituye una obertura que insinúa los temas que se van a desarrollar
posteriormente: el triunfo del siervo (v. 13), su humillación y sufrimiento (v.
14) y el asombro de propios y extraños ante un acontecimiento tan novedoso (v.
15).
La segunda (53,1-11a) es un relato
gozoso de la aflicción padecida por el siervo y los efectos beneficiosos que ha
producido. Está puesta en labios de un «nosotros», que representa al pueblo
entero y al propio profeta; ambos se sienten unidos al siervo del Señor. Esta
estrofa se construye en cuatro estadios de contemplación: en primer lugar
(53,1-3), la descripción del siervo en sus orígenes nobles —«renuevo», «raíz» en
la presencia del Señor— y en su aflicción degradante como «varón de dolores». A
continuación (53,4-6), se señala que la razón de tanto sufrimiento es la
expiación vicaria. Si en la doctrina tradicional el dolor se consideraba
castigo individual, aquí es provecho para los demás. Ésta es la primera lección
para los que le tenían por «castigado, herido de Dios y humillado», y el punto
culminante del poema. En tercer lugar (53,7-9), se vuelve a la contemplación
del siervo que libremente asume los padecimientos y con sencillez se ofrece en
sacrificio expiatorio, como indican la imagen del cordero y de la oveja. Su
muerte es tan ignominiosa como los dolores que le han precedido. Por último
(53,10-11a), se describen con profusión los frutos de tanto padecimiento. Con
resonancia de las tradiciones patriarcales, se señala la descendencia numerosa
y los muchos días, y con sentido sapiencial se asegura el pleno conocimiento.
La tercera estrofa (53,11b-12) vuelve
a estar en labios del Señor, que reconoce solemnemente la eficacia del
sacrificio de su siervo: «justificará», es decir, obtendrá la salvación (v. 11)
y tendrá parte en el botín y la herencia divina (v. 12).
El cuarto canto del Siervo del Señor
fue interpretado y actualizado desde muy pronto. Los judíos de Alejandría, al
hacer hacia el siglo II a.C. la versión griega de los Setenta, introdujeron
pequeños retoques para identificar al siervo del poema con el pueblo de Israel
en la diáspora. Si éste estaba sufriendo enormes dificultades para conservar su
identidad en aquel ambiente helenista y politeísta, se sabía confortado con la
esperanza de la exaltación que refleja el canto.
El judaísmo palestinense identificaba
el siervo glorificado con el Mesías, pero modificaba la descripción de los
padecimientos para aplicarlos a las naciones paganas. Los textos hallados en
Qumrán interpretan este canto a la luz de los desprecios que soportó el Maestro
de Justicia, probable fundador del grupo que se había asentado en ese lugar.
Sin embargo, el texto de Isaías sólo
se comprende plenamente a la luz de las palabras de Jesús, quién reveló su
misión redentora como el siervo sufriente profetizado en este canto. A él se
refirió en varias ocasiones: en la respuesta a la petición de los hijos del
Zebedeo —«el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su
vida en redención de muchos» (Mt 20,28 y par.)—, en la Última Cena, donde
anuncia su muerte ignominiosa entre malhechores citando 53,12 (Lc 22,37), en
varios pasajes del cuarto evangelio (Jn 12,32.37-38), etc. También parece
aludir a él en el diálogo con los discípulos de Emaús (Lc 24,25ss.) para
explicar la razón de su pasión y muerte. Por eso, los primeros cristianos
entendieron el sentido de la muerte y resurrección de Jesús al hilo de este
poema y así quedó reflejado en la expresión «según las Escrituras» de 1 Co
15,3, la fórmula «por nuestros pecados» (Rm 4,25; 1 Co 15,3-5), el himno
cristológico de la Carta a los Filipenses (Flp 2,6-11), en
expresiones de la Primera Carta de Pedro (1 P 2,22-25) y en otros muchos
lugares del Nuevo Testamento (Mt 8,17; 27,29; Hch 8,26-40; Rm 10,16; etc.).
La tradición patrística explica el
canto como una profecía que se cumple en Cristo (cfr S. Clemente Romano, Ad Corinthios 16,1-14; S. Ignacio
Mártir, Epistula ad Polycarpum 1,3;
las denominadas Epistula Barnabae 5,2
y Epistula ad Diognetum 9,2, etc.). La Iglesia lo lee completo en
la liturgia del Viernes Santo.
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