28º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
Comentario a Sabiduría 7,7-11
El sabio por excelencia de la tradición del Antiguo Testamento, el rey Salomón, no recibió la sabiduría por nacimiento. Por eso la imploró, la suplicó (v. 7; cfr más adelante cap. 8; ver también 1 R 3,5ss.; 5,9ss.). Y prefirió la sabiduría a todos los bienes, cetros y tronos, piedras preciosas, oro y plata, salud y belleza, hasta la luz del sol (vv. 8-10). Porque pidió la sabiduría y no otras cosas, Dios le concedió junto con ella todos los bienes que no había pedido (v. 11). El lector cristiano encuentra en estos versículos, y también en el v. 14, un reflejo de las palabras de Jesús en el Discurso de la Montaña según Mt 6,25-33, donde el Salvador nos exhorta a buscar ante todo el reino de Dios y su justicia; el resto nos vendrá por añadidura.
Tema familiar a los libros sapienciales es la superioridad de los bienes espirituales sobre los materiales. Aquí diez comparaciones enfatizan que la sabiduría es superior a cualquier bien material, inclusive la salud del cuerpo (cfr Si 30,14-16). La exposición sigue un riguroso paralelismo, a veces alternando «ella», referido a la sabiduría, con términos de comparación: «riqueza», «piedra más preciosa», «todo el oro» y «la plata». Hay seguramente un eco de las opiniones de los estoicos, que afirmaban que sólo la virtud da la felicidad, y que ésta es superior a todo bien, de modo que el sabio ha de ser «impasible» tanto a los bienes como a los males. Pero aquí se trata, más bien, del pensamiento que ya aparece en otros escritos sapienciales judíos, donde se dice que ni el oro, ni todos los bienes pueden compararse con la sabiduría (cfr Jb 28,15-19; Pr 3,14; 4,7); o que es ella más dulce que la miel y el panal, más preciosa que cualquier perla o joya (cfr Sal 19,11; 119,72.127; Pr 3,14-15; 8,11.19; 16,16).
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